España volverá a incrementar su aportación a la Agencia Espacial Europea (ESA) hasta alcanzar los 455 millones de euros anuales de media, un total de 2.275 millones de euros para el periodo 2026-2030, según ha anunciado este miércoles la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades, Diana Morant. La cifra supone un incremento de más del 50% con respecto al periodo actual y más del triple con respecto al año 2017. «Venimos a consolidar nuestra posición, a dar un salto cualitativo y con un mensaje claro: nuestra industria y nuestros científicos y científicas tienen grandes capacidades que tienen que ser aprovechadas para los retos del futuro. Vamos a hacer una apuesta sin precedentes por el espacio a través de la Agencia Espacial Europea», ha subrayado. Morant ha asegurado que «esta contribución se traduce en construir una mejor Europa con autonomía estratégica en el espacio, que es básica para ofrecer los mejores servicios a la ciudadanía, como los de navegación, los de la conectividad o los de observación de la Tierra, pero también para el desarrollo de la industria asociada a través de tecnología dual y civil a la defensa». Desde 2018, la contribución del Gobierno de España a la ESA ha aumentado de forma progresiva desde los 202 millones anuales en ese año a los 300 millones correspondientes a 2025. La propuesta de contribución española constata la colaboración entre la Agencia Espacial Española (AEE), la ESA y otros Estados Miembros para definir misiones y tecnologías espaciales ambiciosas e innovadoras, que allanarán el camino hacia el futuro de Europa como una potencia espacial fuerte y soberana. Además, la ministra ha señalado que una de las líneas de apuesta contundente de España es la de los lanzadores. Por ello, ha anunciado una inversión de 169 millones de euros para que el lanzador Miura 5, que está desarrollando la empresa PLD Space, esté dentro de la futura generación de lanzadores europeos a través del Desafío Europeo de Lanzadores (ELC, por sus siglas en inglés) de la ESA. Morant ha recordado que PLD Space ha estado apoyada por el Gobierno de España desde el principio con el Miura 1, el primer cohete suborbital y que ahora, a través de una compra pública precomercial, financiada con fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, está desarrollando el Miura 5, que se entregará en diciembre y previsiblemente se pondrá en vuelo el próximo mes de junio de 2026. «Si hasta ahora hemos apostado a nivel nacional por PLD Space, lo vamos a hacer ahora también a través de la ESA para que nuestro lanzador marca Europa, marca España, esté dentro de esa familia de lanzadores prevista en el futuro», ha afirmado. Este es el primer Consejo Ministerial de la ESA en la que la Delegación española está gestionada por la AEE. España es miembro fundador de la ESA y gracias a sus contribuciones, forma parte del reducido club de países capaz de liderar misiones espaciales, tanto nacionales como europeas.
Nuestro cerebro cambia a lo largo de nuestra vida: no requiere las mismas necesidades cuando somos niños que cuando estamos en la última etapa del camino. No obstante, aún se desconocen con exactitud cómo y cuándo se modifica el 'cableado cerebral'. Ahora, estudiando a casi 4.000 personas de todas las edades, desde bebés a ancianos, neurocientíficos de la Universidad de Cambridge han identificado cuatro puntos de inflexión en nuestro cerebro. Los resultados acaban de publicarse en ' Nature Communications '. En concreto, los investigadores compararon los cerebros de 3.802 personas de entre cero y noventa años utilizando conjuntos de datos de exploraciones de difusión por resonancia magnética, mapeando las conexiones neuronales al rastrear cómo se mueven las moléculas de agua a través del tejido cerebral, teniendo en cuenta tanto la materia blanca del órgano (la parte interna) como la gris (la corteza externa). Así es como hallaron cinco fases: de 0 a 9 años; de 9 a 32; de 32 a 66; de 66 a 83; y a partir de los 83 hasta el final. «Sabemos que el cableado cerebral es crucial para nuestro desarrollo, pero carecemos de una visión global de cómo cambia a lo largo de nuestra vida y por qué», explica Alexa Mousley, becaria Gates Cambridge, quien dirigió la investigación. «Este estudio es el primero en identificar las principales fases del cableado cerebral a lo largo de la vida humana». Al principio de nuestras vidas y durante la niñez, nuestros cerebros presentan una 'sobreproducción' de sinapsis (los conectores entre neuronas), sentando las bases de lo que será nuestra red neuronal. De forma paralela, la materia gris y blanca crecen rápidamente en volumen, de modo que el espesor cortical –la distancia entre la materia gris externa y la materia blanca interna– alcanza un pico, y el plegamiento cortical -las crestas características de la parte externa del cerebro- se estabiliza. Eso ocurre, según el estudio, entre los 0 y los 9 años de edad de media, según han arrojado los análisis del estudio. Este primer 'punto de inflexión cerebral', señalan los autores, es un momento en el que este órgano «experimenta un cambio radical en su capacidad cognitiva». Además, en este momento, existe «un mayor riesgo de sufrir trastornos de salud mental». A partir de aquí y hasta principios de los 30 (también de promedio), se pasa a la fase de la adolescencia cerebral. En esta fase la materia blanca sigue creciendo, y las redes de comunicación del cerebro se refinen de forma más eficiente, lo que se relaciona con un mejor rendimiento cognitivo. Es decir, es la 'época dorada' del aprendizaje. «La eficiencia neuronal está, como se puede imaginar, bien conectada por caminos cortos, y la era de la adolescencia es la única en la que esta eficiencia está aumentando», señala Mousley. El desarrollo adolescente alcanza su pico a principios de los 30 años. En este momento, se registra el «punto de inflexión topológico más fuerte» de toda la vida, dicen los investigadores. «Alrededor de los 32 años, vemos los cambios más direccionales en el cableado y el cambio general más grande en la trayectoria, en comparación con todos los demás puntos de inflexión», indica la autora. Pero pensar en la adolescencia y la treintena parecen conceptos alejados, ya que la pubertad tiene un claro inicio, pero no así el comienzo claro de la madurez, al menos de forma científica. Sin embargo, según los resultados y basándose únicamente en la arquitectura neuronal de los cerebros estudiados, los autores señalan que los cambios comenzados en los 16 terminan alrededor de los 30. A partir de ahí, empieza la etapa más larga, la adulta. Durante esta época, que se extiende unas tres décadas, las estructuras del cerebro se estabilizan, sin mostrar grandes cambios. «Esto se corresponde con un estancamiento en la inteligencia y la personalidad, según otros estudios», indican los autores. También descubrieron que las diferentes partes del cerebro lentamente se empiezan a compartimentar más; es decir, cada parte del cerebro se hace más 'estanca' y hay menos conexiones entre las diferentes zonas definidas. Al final de esta etapa, sobre los 66 años, hay un nuevo punto de inflexión, si bien más leve que el anterior. No está definido por ningún cambio estructural importante, aunque los investigadores sí hallaron modificaciones en el patrón de las redes cerebrales. «Los datos sugieren que una reorganización gradual que culmina a mediados de los sesenta», afirma Mousley. «Esto probablemente esté relacionado con el envejecimiento, con una mayor reducción de la conectividad a medida que la materia blanca comienza a degenerarse». El último punto de inflexión se produce alrededor de los 83 años, y se inicia la última era de la estructura cerebral. Si bien los datos sobre esta etapa son limitados, la característica definitoria es un cambio de lo global a lo local, a medida que la conectividad cerebral total disminuye aún más, con una mayor dependencia de ciertas regiones. «En retrospectiva, muchos sentimos que nuestras vidas se han caracterizado por diferentes etapas. Resulta que el cerebro también pasa por ellas», añade Duncan Astle, profesor de Neuroinformática en Cambridge y otro de los autores del estudio. Muchas afecciones neurológicas, de salud mental y del desarrollo neurológico están relacionadas con la configuración cerebral. De hecho, las diferencias en la configuración cerebral predicen dificultades con la atención, el lenguaje, la memoria y una amplia gama de comportamientos. «Entender que el recorrido estructural del cerebro no es una cuestión de progresión constante, sino más bien uno de varios puntos de inflexión importantes, nos ayudará a identificar cuándo y cómo su cableado es vulnerable a las interrupciones», indican los autores.
La llegada del papel de aluminio a nuestros hogares revolucionó la prevención de las infecciones alimentarias al convertirse en una barrera efectiva contra las bacterias, la humedad, el oxígeno y la luz, cuatro factores fundamentales que contribuyen al deterioro de los alimentos. Y es que antes de que el papel de aluminio llegara a nuestras cocinas la conservación y transporte de alimentos eran tareas mucho más complicadas y a veces hasta arriesgadas. En tiempos no tan lejanos la gente utilizaba métodos sencillos y naturales, pero limitados: envolvían la comida en hojas vegetales como las de plátano o maíz, usaban telas, papeles encerados o, incluso, barro y cera para proteger lo que querían conservar. Además, para cubrir los alimentos dentro de las casas los tapaban con paños o utilizaban recipientes que no siempre eran herméticos, lo que provocaba la pérdida de frescura, cambios en el sabor y un mayor riesgo de contaminación. En la antigüedad el aluminio no era conocido como metal puro debido a que es muy difícil separarlo de sus minerales. No sería hasta el siglo XIX, con la revolución industrial y los avances en química y electroquímica, cuando el aluminio comenzó a ser redescubierto. Durante mucho tiempo fue considerado un metal precioso, casi tan valioso como el oro o la plata, debido al alto costo de su extracción. En algunas cortes reales tener objetos de aluminio era señal de estatus y poder. Se cuenta que Napoleón III sirvió platos de aluminio a sus invitados más distinguidos, reservando los de oro para la realeza. Paul Héroult fue uno de los científicos clave en el proceso de producción comercial del aluminio metálico. Su contribución principal fue desarrollar en 1886 un método eficiente para extraer aluminio, lo consiguió a partir de la bauxita mediante un proceso electrolítico conocido como Hall-Héroult, con el cual se producía aluminio en grandes cantidades y a un menor costo. En la década de 1910, cuando el mundo que aún vibraba con la innovación de la electricidad y los automóviles, los científicos se afanaban en explorar nuevos metales y combinaciones. Fue en ese momento cuando fijaron su atención en el aluminio al descubrir que era resistente a la oxidación, reflejaba el calor, distribuía la temperatura de manera uniforme y, lo más importante, no transmitía sabores extraños a la comida, a diferencia de otros metales. Ahora bien, faltaba la tarea más complicada, convertirlo en hojas delgadas como una capa de hielo y que, además, no se rompieran. La idea de envolver las sobras de los alimentos y cocinar con aluminio no solo parecía ridícula, sino también alocada. Fue en 1913 cuando la firma suiza Aluminium Manufactur comercializó por vez primera el papel de aluminio para envolver alimentos. Aun así, el gran auge para usos domésticos tardaría en llegar. No fue hasta los años 1920 y 1930 cuando se perfeccionaron las técnicas para fabricar láminas finas y resistentes en grandes volúmenes y a precios accesibles. Su llegada al mercado fue, sin duda, un paso decisivo para la revolución en el almacenamiento y conservación de alimentos. Desde entonces el papel de aluminio no solo se extendió por Europa y América, sino que se convirtió en un invento indispensable en hogares, restaurantes e industrias, con aplicaciones que se expandieron mucho más allá del simple embalaje, llegando a ámbitos como la medicina, la electrónica y la construcción. Otro aspecto que no es baladí es que el papel de aluminio es un material altamente reciclable, pudiendo ser reciclado indefinidamente sin perder sus propiedades físicas ni su calidad. Reciclar aluminio ahorra hasta un 95% de energía en comparación con la producción de aluminio nuevo a partir de la bauxita, reduciendo, de esta forma, las emisiones de gases de efecto invernadero y la huella de carbono. Además, el reciclaje disminuye la explotación de recursos naturales y minimiza la acumulación de residuos en vertederos. Por otra parte, el papel de aluminio cumple una función esencial en la preservación de alimentos al protegerlos de la luz, la humedad, el oxígeno y las bacterias. Esto contribuye a prolongar la vida útil de los productos y reduce el desperdicio alimentario, uno de los mayores problemas ambientales actuales. Por último, su producción y procesamiento permiten una gran versatilidad y eficiencia de uso, ya que una pequeña cantidad de aluminio puede cubrir grandes superficies, ofreciendo una protección eficaz y ligera que reduce la necesidad de embalajes más voluminosos o contaminantes. Por ello, aunque parezca un material simple, el papel de aluminio representa una solución sostenible y responsable en el cuidado del medio ambiente, especialmente cuando se utiliza y se recicla adecuadamente.