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Suerte ha tenido de que su nombre se haya difuminado con el paso del tiempo. Poco ha trascendido de Alfred von Tirpitz más allá de su barbaza y del acorazado del Tercer Reich que portó su apellido a partir de 1941. Sin embargo, hubo un tiempo en que el Gran Almirante de la marina imperial teutona durante la Primera Guerra Mundial fue acusado de haber sido el 'sepulturero de Alemania'; así, con esas letras. Y ahora, más de un siglo después del fin del conflicto, Roberto Muñoz Bolaños lo confirma. El doctor en Historia Contemporánea, autor también de ' Lucha de gigantes ' (Desperta Ferro), defiende en ABC que el desmesurado gasto impulsado por el marino para crear una armada...
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Madres, hijas y hermanas; mujeres todas ellas precoces y aguerridas, aunque, ante todo, columna vertebral de nuestro pasado patrio. El taller de Augusto Ferrer-Dalmau dará vida a las reinas que han transitado por la historia de España desde el siglo XV. Y hasta un poco antes. «En total serán 30. Hemos incluido a doña Urraca I de León , la primera reina de pleno derecho en Europa, y a Himilce , esposa de Aníbal, como precursora de todas ellas». La voz del pintor de batallas –ahora también pintor de corte– esconde la chispa del que aborda un nuevo proyecto; uno inédito hasta la fecha. «Nunca se había hecho, vamos a ser los primeros. Y eso también es una gran responsabilidad», añade el artista. El cenit de la serie será doña Letizia , la cara más popular de una saga de monarcas (en femenino) que, asegura Ferrer-Dalmau, han permanecido más a la sombra de la historia de lo que deberían. «Con la Colección de las Reinas de España buscamos reivindicar su importancia en el pasado del país y poner el acento en el papel que tuvieron a lo largo de los siglos; darles luz, en definitiva. Son las grandes desconocidas, y es algo muy injusto», explica a este diario el pintor de batallas. El proyecto, impulsado desde la Fundación Ferrer-Dalmau , lo materializarán los jóvenes artistas de su taller bajo su perenne tutela y la coordinación de Alejo Segarra, el más aventajado de sus pupilos. Según el mismo Ferrer-Dalmau, la documentación histórica y la posterior pintura de los lienzos se extenderá un año y medio. Durante ese tiempo, ABC publicará en exclusiva los cuadros acompañados de una biografía de cada una de las monarcas . «El taller empezará a trabajar a partir de verano. La idea es terminar primero la Colección de los Reyes de España , la galería de monarcas que presentamos hace un mes en Madrid y que se expondrá en el Palacio del Infante don Luis de Boadilla del Monte», añade. Aunque para este proyecto ya han pintado a varias reinas, el artista asevera que harán cuadros nuevos para esta colección. La colección se iniciará, desde el punto de vista cronológico, con Himilce , la esposa del general cartaginés Aníbal . «La hemos incluido como antecedente directo de las reinas de España», señala a ABC Noemí Toral. La investigadora, divulgadora y diseñadora está convencida de que no hay mejor personaje para arrancar; y sabe de lo que habla, pues ha sido la encargada de diseñar la lista definitiva de monarcas que se trasladarán hasta el lienzo. A ella la seguirá doña Urraca I de León . «Es la primera reina de pleno derecho de Europa. Este hito es un orgullo para nosotros», suscribe la también asesora de Ferrer-Dalmau. La monarca, nacida en el siglo XI, ascendió al trono después de que su padre, Alfonso VI, falleciera sin heredero varón. Desde entonces, y como bien desveló Isabel San Sebastián en la popular novela ' La temeraria ', luchó contra todo y todos por salvaguardar sus derechos. No fue hasta cuatro siglos después que la península alumbró la que se convirtió en una figura clave para la consolidación de la monarquía española: Isabel I de Castilla. Como es natural, la Católica tendrá también su cuadro en esta galería impulsada por la F undación Ferrer-Dalmau. «Fue la mejor monarca que ha tenido Europa; opaca a cualquiera que haya llegado con posterioridad. Un ejemplo es que sentó las bases de los futuros derechos humanos tras la llegada al Nuevo Mundo», añade Toral. Tras ella vinieron otras reinas tan populares como Juana I de Castilla , más conocida como 'la loca', o la igual de famosa Isabel II , mascarón de proa en la forja del Estado liberal y el abandono del Antiguo Régimen durante el siglo XIX. Con todo, asevera Ferrer-Dalmau, otro de los objetivos de este proyecto consiste en sacar del rincón del olvido a mujeres que han pasado de puntillas por la historia de España. Porque las hubo, vaya. «Dos ejemplos son la esposa de José I Bonaparte y la mujer de Amadeo de Saboya . Hoy no se nos enseña quiénes eran ni cómo fueron sus vidas. Nosotros queremos cambiar eso», añade Toral. La primera, Julie Clary , jamás pisó la Península a pesar de ser la reina consorte. La segunda, la efímera María Victoria dal Pozzo , fue una de las doncellas más caritativas y cultas de la corte. «Queremos darles un hueco en la actualidad y lograr que la sociedad se interesa por sus vidas», sentencia el pintor de batallas. La montaña a escalar es escarpada, bien lo saben maestro y asesora; y no solo por lo obvio, sino porque cada uno de los retratos requiere muchas horas de investigación en los archivos y un arduo trabajo de documentación. «Nada se pinta al albur. Uno de los aspectos fundamentales de este proyecto consistirá en averiguar cómo era la estética de cada una de las épocas: conocer cómo vestían las reinas para representarlo a la perfección en el retrato», completa Toral. No le da miedo el reto, pues se ha dedicado toda su vida profesional a ello. «Augusto sabe que cuido hasta el último detalle para que todo sea perfecto», sentencia. Con todo, apostilla la asesora histórica, los cuadros también incluirán «pequeños guiños a la personalidad» de sus protagonistas. Detallitos que, por el momento, no nos ha desvelado. ¡Hay que mantener algo de misterio! Toral admite también que la Colección de Reinas de España esconde varios retos: «Uno de ellos es representar a Juana de Castilla , la hija y sucesora de Isabel. Fue una persona que, por sus dolencias mentales, no quiso retratarse en vida. En la práctica, tenemos poco a lo que agarrarnos para evocar sus facciones. Con la ropa sucede algo parecido: cuando estaba en Flandes le gustaba vestir a la española, y viceversa». El segundo es Isabel de Portugal , la esposa de Carlos V . «La mayoría de cuadros que tenemos de ella son póstumos. Se ha idealizado su imagen. Nosotros vamos a intentar acercarla más a la realidad», completa. Así, en un cóctel de pinceles y archivos históricos, resurgirá la memoria de las mujeres que cimentaron España. «Esta colección es un acto de justicia histórica», explica Ferrer-Dalmau. Y nosotros hacemos nuestras sus palabras. 1-Himilce (esposa del general Anibal). Precursora de las monarcas españolas. 2-Doña Urraca I de León. 3-Isabel I de Castilla. 4-Juana I de Castilla. 5-Isabel de Portugal (esposa de Carlos V). 6-Isabel de Valois (esposa de Felipe II). 7-María Tudor (esposa de Felipe II). 8-Ana de Austria (esposa de Felipe II). 9-Margarita de Austria (esposa de Felipe III). 10-Isabel de Borbón (esposa de Felipe IV). 11-Mariana de Austria (esposa de Felipe IV). 12-María Luisa de Orleans (esposa de Carlos II). 13-Mariana de Neoburgo (esposa de Carlos II). 14-María Luisa Gabriela de Saboya (esposa de Felipe V). 15-Isabel de Farnesio (esposa de Felipe V). 16-Luisa Isabel de Orleans (esposa de Luis I). 17-Bárbara de Braganza (esposa de Fernando VI). 18-María Amalia de Sajonia (esposa de Carlos III). 19-María Luisa de Borbón (esposa de Carlos IV). 20-Julia Clary (esposa de José I). 21-María Isabel de Portugal (esposa de Fernando VII). 22-María Josefa Amalia de Sajonia (esposa de Fernando VII). 23-María Cristina Borbón-Dos Sicilias. 24-Isabel II. 25-María Victoria dal Pozzo (esposa de Amadeo de Saboya). 26-María de las Mercedes de Orleans (esposa de Alfonso XII). 27-María Cristina de Austria (esposa de Alfonso XII). 28-Victoria Eugenia de Battenberg (esposa de Alfonso XIII). 29-Sofía de Grecia (esposa de Juan Carlos I). 30-Letizia Ortiz Rocasolano (esposa de Felipe VI).
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Cuando nos reunimos en 2021, Juan León Luna (Córdoba, 1939) reconocía que, al visitar Dar Quebdani dos años antes, se vino abajo. Pidió a sus acompañantes que, por favor, le dejasen solo un instante frente a aquel vasto territorio árido en el que su padre, Antonio, estuvo a punto de ser degollado en 1921. Quería imaginárselo allí de pie, reunido con sus compañeros, justo en el momento en el que el jefe rifeño Kaddur Namar se les acercó y les pidió que fueran a arreglarse un poco, a ponerse el mejor uniforme que tuvieran, pues el coronel Araujo les había entregado ya una importante cantidad de dinero en concepto de rescate. «Pensaban que les iban a dejar en libertad para...
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El petróleo, siempre el petróleo en el origen y causa de muchas de las guerras que han asolado el mundo durante el siglo XX. No hay más que ver los titulares de los últimos meses sobre la guerra de Ucrania. A mediados de diciembre ABC les contaba que la Unión Europea volvía a cargar contra Rusia y sus finanzas, centrándose en la llamada 'flota fantasma' rusa que el Kremlin usa desde hace dos años para eludir las sanciones y mantener sus exportaciones de petróleo. En los mismo días, otros titulares parecidos: 'Occidente empieza la guerra contra el petróleo ruso con la mirada puesta en el mercado y en Arabia Saudí' y 'Ataque ruso destruye una refinería de petróleo del Grupo AES en la región de Járkov'. La obsesión por el petróleo no es nueva y ha costado muchas vidas. Ya lo advertía ABC el 16 de marzo de 1939, cuando ni siquiera había acabado la Guerra Civil española. Faltaban todavía cinco meses para que Hitler ordenara la invasión de Polonia y estallara la Segunda Guerra Mundial, cuando se produjo una noticia que era, sin duda, premonitoria con respecto a la que iba a ser una de las principales obsesiones del dictador alemán durante el conflicto más devastador de la historia: una vez más, el petróleo. «Los periódicos declaran que los nazis ambicionan los pozos petrolíferos de Ucrania. Dicen que la opinión norteamericana sigue los acontecimientos con calma, pero consciente de la gravedad del nuevo empuje alemán y convencida de que Alemania no se detendrá en este camino. Estados Unidos, por lo tanto, debe llevar a cabo con urgencia su formidable programa de rearme para poder apoyar cualquier resistencia a una agresión eventual contra las democracias occidentales», advertía nuestro corresponsal en Washington. Hay historiadores que defienden que la Segunda Guerra Mundial se desencadenó y decidió por el petróleo. Que las batallas que se libraron en territorios tan dispares como los desiertos del norte de África, las aguas del Atlántico, las selvas del Pacífico Sur o el corazón de Europa estuvieron marcadas por la feroz lucha para hacerse con este preciado recurso al que se conoce como «oro negro». Una idea que al 'Führer' se le metió en la cabeza desde mucho tiempo antes, tal y como hemos leído, y que se convirtió en prioritaria a comienzos de 1941, cuando se empezó a diseñar la Operación Barbarroja para invadir la URSS. Como prueba de ello, un dato: durante los 17 meses que estuvo vigente el pacto de no agresión firmado entre los ministros de Asuntos Exteriores germano y soviético, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov, respectivamente, la URSS suministró a Alemania varios millones de toneladas de petróleo. El recurso era tan necesario para ganar la guerra que, incluso, cuando Hitler ordenó que se iniciara la conquista del gigante comunista, esperó hasta el último momento para que el último cargamento enviado por Stalin estuviera sano y salvo en el Tercer Reich. La noche del 21 al 22 de junio, el expreso Berlín-Moscú atravesó la frontera en el horario previsto. Las semanas anteriores a la invasión, la Unión Soviética había proporcionado a Alemania los dos últimos millones de «oro negro» que utilizaría, precisamente, para invadir Rusia. Los últimos trenes pasaron la frontera puntualmente antes de que esta comenzara. Los puestos aduaneros, que no sospechaban lo que se les venía encima, permanecieron abiertos con normalidad. A las 3.15 horas, los cañones nazis fueron despojados de su camuflaje o sacados de sus escondites para abrir fuego indiscriminadamente contra sus socios. «El resplandor de aquel ataque fue tan grande que los habitantes de las localidades fronterizas creyeron que estaban asistiendo a un fenómeno natural sin precedentes: el sol parecía salir por el oeste», apunta Álvaro Lozano en 'Stalin, el tirano rojo' (Nowtilus, 2012). En aquel asalto colosal Hitler empleó tres millones de soldados y decenas de miles de tanques y aviones que comenzaron a avanzar por un frente de 2.500 kilómetros. El objetivo era triple: el Grupo Sur de Ejércitos atacaría Ucrania con destino a Kiev, la región industrial del Donetsk y Crimea; el Grupo Norte se abriría paso por la región del Báltico y tomaría Leningrado, y el Grupo Centro se abalanzaría sobre Minsk, para llegar después a Moscú. En la mente del dictador nazi, sin embargo, estaba presente siempre la misma cuestión. Sin petróleo no podía ganar la guerra y lo estaban gastando a pasos agigantados. Por eso tenía que hacerse con los pozos petrolíferos más importantes, porque sin ellos creía que no podrían continuar vivos. Aquella cuestión le obsesionaba de manera enfermiza, hasta el punto de que había estudiado cómo se obtenía y refinaba. Estaba convencido, además, de que el subsuelo del Cáucaso, entre el mar Negro y el mar Caspio, escondía ingentes cantidades de crudo. Y sabía, además, que el 70% del petróleo utilizado por los rusos procedía de los pozos de Bakú, en Azerbaiyán, mientras que otro 25% venía de Maikop y Grozni. Si estos caían en sus manos, la Wehrmacht evitaría una crisis de combustible y, a la vez, le privaría al Ejército Rojo de él. En abril de 1942, el 'Führer' anunció su nuevo plan ofensivo: la Operación Azul. Previamente, uno de sus consejeros de confianza le había advertido: el objetivo era avanzar hacia el Cáucaso y hacerse con los valiosos pozos petrolíferos. Creía que, a esas alturas del conflicto, si Alemania no conseguía el preciado recurso, su Ejército sería derrotado en tres meses. Cuenta el ganador del premio Pullitzer Daniel Yergin en 'El premio: la búsqueda épica por el petróleo, el dinero y el poder' (1992), que Stalin convocó a Nikolai Baibakov, comisario de Producción de Crudo, para informarle: «Camarada, ya sabes que Hitler quiere el petróleo del Cáucaso. Por esa razón he decidido enviarte allí. Eres el responsable de que no quede ni una gota de petróleo a nuestras espaldas, so pena de la vida. ¿Sabes que Hitler ha declarado que sin petróleo perderá la guerra?». Uno de los consejeros más cercanos del 'Führer' ya le había advertido de que era «crucial tomar los pozos del Cáucaso y explotarlos cuanto antes». Por eso creó enseguida una brigada especial que debía conquistar pronto esos campos petrolíferos antes de que los rusos destruyeran las instalaciones. También firmó un acuerdo con la compañía alemana Kontinentale Öl que permitiría iniciar la explotación en cuanto estuvieran en su poder. «Si no tomamos Maikop y Grozni, tendré que parar la guerra», le especificó también el dictador al mariscal Wilhelm List, al mando del Grupo de Ejércitos A que se encargaría de esa operación. Esta última campaña formaba parte de la Operación Azul y se la llamó Operación Edelweiss, en referencia a la flor blanca de los Alpes. La primera acción se produjo el 25 de julio de 1942. Mientras List controlaba los movimientos desde la distancia, el coronel Ewald von Kleist, al mando del 1er Ejército Panzer, conquistó Rostov del Don, la ciudad conocida como la 'Puerta del Cáucaso'. El camino hasta los pozos, sin embargo, era largo. Quedaban 350 kilómetros hasta Maikop, 750 hasta Grozni y 1.285 hasta Bakú. Los alemanes, confiados, creían que sería cuestión de dos meses hacerse con ellos. En los primeros días, las tropas de Von Kleist avanzaron por las estepas del Cáucaso a una velocidad vertiginosa. No encontraron ninguna oposición importante hasta que, a finales de mes, Stalin emitió la Orden 227, famosa por las palabras de «¡Ni un paso atrás!», que prohibía al Ejército Rojo retirarse como había hecho el jefe de la defensa rusa, Semión Budionni, tras una serie de derrotas. Aun así, a las pocas semanas los alemanes divisaron su primer objetivo: Maikop. El vicecomisario soviético de Producción de Crudo, Nikolai Baibakov, se encontró ante la difícil tarea de saber cuándo tenía que destruir los pozos, porque si lo hacía demasiado pronto, su vida correría peligro. En el ataque a esta ciudad tuvo un papel muy importante una unidad de élite de la División Brandenburgo, formada por 61 soldados, especializada en infiltrarse. Todos hablaban ruso con bastante fluidez. El 2 de agosto consiguieron cruzar las líneas enemigas disfrazados de miembros de la policía de seguridad soviética, el NKVD, y su jefe, el barón Adrian von Fölkersam, se presentó en Maikop asumiendo la identidad de un supuesto mayor enviado desde Stalingrado en misión especial. Los rusos no solo le creyeron, sino que le permitieron entrar en la ciudad y le enseñaron con detalle todas las defensas. Con toda esa información valiosa fue a ver a Von Kleist, que el 8 de agosto ordenó a sus tanques atacar el centro de comunicaciones ruso, matar al personal que operaba en los telégrafos y hacer correr la falsa noticia de que Maikop estaba siendo evacuada. La confusión entre los soldados germano fue total y muchos huyeron a las montañas. Al día siguiente, los nazis entraron sin problemas en la ciudad. No obstante, fue un absoluto fracaso. En primer lugar, porque ese fue el único enclave que consiguieron conquistar y, en segundo, porque descubrieron que los pozos se encontraban a 50 kilómetros. Cuando llegaron hasta allí, los rusos los habían dinamitado. El nivel de devastación era tan grande que, aunque se apresuraron a enviar a un grupo de expertos para su reconstrucción, estos fueron degollados por partisanos rusos. Alemania no recibió ni una sola gota del petróleo de aquella fuente. Además, de haber caído la región del Cáucaso en poder de los nazis, los soviéticos contaban con otra región productora al este del Volga, entre las localidades de Kuibyshev y Ufa. Era el llamado «segundo Bakú», que comenzó a explotarse en los años 30. Y, por último, los problemas derivados de la invasión germana, hizo que la URSS redujera la producción de 33 millones de toneladas en 1941 a 18 en 1943.
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El verano de 1968 fue negro para la Guardia Civil en muchos sentidos. Por entonces, la Benemérita luchaba con más arrestos que medios contra ETA. A cambio, la banda terrorista, bien pertrechada, extendía sus tentáculos entre los estudiantes vascos valiéndose del antifranquismo como eslogan de venta. Lorenzo Silva, Manuel Sánchez y Gonzalo Araluce explican en el ensayo 'Sangre, sudor y paz' que el grupo contaba con una mínima estructura y unos objetivos muy concretos. Sus integrantes, además, habían heredado de la Guerra Civil –no tan lejana en el tiempo– un arraigado sentimiento de venganza contra las Fuerzas Armadas y los cuerpos policiales. Un peligroso cóctel que se materializó en junio de ese mismo año. El día 7 se perpetró el...
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Por el vil metal vivió, y por el vil metal murió en el 53 a. C.. Narran las crónicas que, cuando los partos capturaron a Marco Licinio Craso , triunviro de la Roma republicana y general al frente de siete legiones, dejaron a un lado la piedad. Sabedores de que era uno de los líderes más avariciosos de la Ciudad Eterna , le torturaron arrojándole oro fundido en la boca. El mismo castigo, por cierto, que utilizaban en el Nuevo Mundo contra los conquistadores peninsulares. «Cuando los capturaban vivos, y especialmente a los capitanes, les ataban los pies y las manos, los tendían en el suelo y les echaban oro fundido en la boca», escribió el cronista Girolamo Benzoni en el siglo XVI. Tuvo nuestro protagonista unos inicios difíciles por nacer en una familia humilde; lo bastante como para que marcaran su carácter. A lo largo de su juventud, dos fueron los rasgos de los que hacía gala: la sobriedad en el día a día –huía de la ostentación– y la capacidad para amasar dinero. El historiador Plutarco ya dejó escrito en 'Vidas paralelas' que «las pruebas más evidentes de su codicia son el modo con que se hizo rico y lo excesivo de su caudal». Y es que, «no teniendo al principio sobre trescientos talentos, después, cuando ya fue admitido al gobierno» y preparaba la invasión de Partia, contaba la friolera de 7.100. Con todo, su gran ascenso a nivel económico lo vivió tras apoyar al caudillo Sila, líder de los Optimates, en contra de Cayo Mario , al frente de los Populares. Con la victoria de los primeros, Craso tuvo acceso a mil y un negocios. «Hemos de decir la verdad, la mayor parte la adquirió del fuego y de la guerra, siendo para él las miserias públicas de grandísimo producto. Porque cuando Sila, después de haber tomado la ciudad, puso en venta las haciendas de los que había proscrito, reputándolas y llamándolas sus despojos, y quiso que la nota de esta rapacidad se extendiese a los más que fuese posible y a los más poderosos, no se vio que Craso rehusase ninguna donación ni ninguna subasta», escribió Plutarco. No fue este su único negocio. Como si fuera una inmobiliaria de la época, Craso se dedicó a adquirir a un precio irrisorio las muchas casas en mal estado que había en Roma por culpa de las continuas pestes, incendios y hundimientos de viviendas. Una vez en su poder, las reformaba con un ejército de esclavos; es decir... ¡gratis! «Compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos», explicó el cronista. Como colofón, los vendía a precios desorbitados a sus nuevos propietarios. Y eso, sin contar las monedas que ganaba como prestamista. Padecía, según las crónicas, el «mal de la avaricia». A nivel militar hizo también sus pinitos don Craso. Cuando el ejército de esclavos de Espartaco se alzó, entre el 73 y 71 a. C., fue el encargado de aplacarlo junto a Cneo Pompeyo Magno . A pesar de la victoria, aquello terminó por alejarles. Según Plutarco, al segundo se le decretó un gran triunfo por su participación, mientras que nuestro protagonista ni siquiera «se atrevió a pedirlo, más ni aun el menos solemne, a que llaman ovación». De cara al público, ambos mantuvieron una buena relación durante el posterior consulado. Sin embargo, la realidad fue que esta era pésima y que combatieron a nivel político durante los años siguientes. A pesar de ello, Craso dejó a un lado sus diferencias con Pompeyo para formar el Primer Triunvirato de Roma en el año 60 a. C. Esta alianza, que contaba con Julio César como tercera pata de la bancada, dominó en las sombras la política de la Ciudad Eterna durante una década. Y no es un decir, pues controlaban hasta el resultado de las elecciones. «César consiguió conciliar a Pompeyo y a Marco Craso, que seguían enfrentados por no haber podido ponerse de acuerdo en cuestiones políticas mientras compartían el consulado. Pompeyo, César y Craso formaron ahora un triple pacto, jurando oponerse a toda la legislación que cualquiera de ellos pudiera desaprobar», escribió el historiador Suetonio en 'Los doce césares'. Era ya anciano Craso, al menos para la época, cuando decidió enfrentarse a los partos, uno de los pueblos más poderosos de su era y cuyo imperio abarcaba el nordeste de Irán, Mesopotamia y parte de Siria. «Había pasado los sesenta años, y a la vista era todavía más viejo de lo que parecía», explica Plutarco en 'Vidas paralelas'. No buscaba la expansión de la República, o no solo; en la mirada tenía la ascensión política y recordar a senadores y ciudadanos que se hallaba a la altura de sus colegas triunviros. Eligió mal el militar, pues no había enemigo más rudo en la era para plantar cara a las legiones que Partia. Cuentan las crónicas que el triunviro se adentró en Partia al frente de siete legiones y cuatro mil caballos en el 54 a. C.. Y también que el monarca enemigo se asombró tanto, que envió a sus emisarios para evitar que se derramara sangre. «Cuando estaba para mover a las tropas de los cuarteles de invierno le llegaron embajadores del rey, trayéndole un mensaje. Le dijeron que, si aquel ejército era enviado por los romanos, la guerra sería perpetua e irreconciliable; pero que, si Craso había llevado contra ellos las armas y ocupado sus ciudades sin el permiso de la patria y arrastrado solo por la codicia, estaban dispuestos a usar la moderación», añade el cronista. No hubo trato. La realidad es que los partos estaban bien preparados para el combate. Aunque Plutarco no cita la presencia de soldados de infantería en sus ejércitos, sí contaban con catafractos, soldados sin escudo, pero pertrechados con lanzas y armadura pesada, y sus famosos arqueros a caballo. El historiador militar británico Adrian Goldsworthy afirma en su ensayo 'El águila y el león' que los segundos eran famosos entre los legionarios: «Montados en una cabalgadura robusta y resistente, y empuñando un poderoso arco compuesto recurvo, combinaban la velocidad con la capacidad de golpear a distancia». Su especialidad era darse la vuelta en la silla de montar y, en plena retirada, lanzar una lluvia de saetas al contrario. Tras alguna escaramuza, Craso cruzó el Eúfrates cerca de una región llamada Zeugma. Desde allí, remontó la orilla izquierda hasta llegar a Carras, en el sur de la actual Turquía. Allí se materializó el desastre de la 'Urbs Aeterna'. La vanguardia de ambos ejércitos, catafractas y legionarios, chocaron en una pequeña descubierta en la que vencieron los segundos. Después, el hijo del mismísimo general romano cayó en una trampa y fue decapitado. Luego le tocó el turno a los arqueros a caballo partos, que coparon las nubes con sus saetas. El historiador Jorge Pisa Sánchez explica en sus ensayos que, según estimaciones actuales, los jinetes lanzaron entre un millón y dos millones de saetas. La infantería romana, pesada y estática, poco pudo hacer ante ellos. Existen diferentes teorías sobre la muerte de Craso . Plutarco sostiene que, en un interludio de la batalla, el general parto Surenas envió a su homólogo un caballo «con jaez de oro» para que se reuniera con él en un claro cercano. Cuando el romano se topó con la delegación enemiga, el jamelgo se encabritó y se desató el caos. El culpable fue uno de los guardaespaldas del triunviro, que acabó por equivocación con un criado del adversario. «A Craso le quitó la vida un Parto llamado Pomaxatres, aunque algunos dicen haber sido otro el que le mató y que este fue el que, después de caído, le cortó la cabeza y la mano derecha; cosas que pueden muy bien conjeturarse, pero no saberse de cierto, porque de los que se hallaron presentes y pelearon en defensa de Craso, los unos murieron allí y los otros a toda prisa se retiraron al collado». La segunda versión es la que ofreció el también historiador Tito Livio en su extensa 'Historia de Roma'. El cronista del siglo I d. C. mantiene que, mientras Craso decidía si reunirse o no con Surenas, ambos bandos se enzarzaron una refriega final que terminó en desastre: «Todos murieron, y entre ellos Craso». Algunos guerreros narraron que falleció degollado, «bien por un miembro de su propio ejército para evitar que cayera ante el enemigo, o bien por el enemigo». Para otros tantos, sin embargo, tuvo un final algo más turbulento. «En su boca, o al menos eso dicen algunos, derramaron los partos oro fundido a título de mofa», añadió. Una truculenta burla por su avaricia. La muerte de Craso marcó el fin del triunvirato; lógico al marcharse uno de sus tres puntales. Pero, además, supuso el principio del fin de las relaciones, ya pésimas, entre sus dos colegas. En la práctica, el avaro político había sido el pegamento que había mantenido la alianza unida. El golpe definitivo fue la muerte al dar a luz de Julia, la que fuera hija de César y, a la vez, esposa de Pompeyo. Sin nada que les uniera, y con una crisis galopante en la Ciudad Eterna que mantenía constreñida a la sociedad, Julio cruzó el Rubicón en el 49 a. C. con anhelos de destruir la República. Y vaya si lo logró. Aunque eso, como se suele decir, es otra historia.
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Plácido Barrios recuerda la «increíble sorpresa» que se llevó al encontrarse «de casualidad» con dos actas notariales inéditas, manuscritas y autorizadas por Joaquín Costa entre los 40.000 tomos de legajos que se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Madrid . «Cuando empecé a leerlas y vi su contenido, pensé: '¡Esto es una bomba!'», comenta este notario de 62 años, apasionado de su trabajo y de la historia de España, que lleva décadas buceando en este tipo de documentos ignorados por los cronistas e investigadores. Aunque poca gente lo sabe, sus kilométricas estanterías repletas de protocolos y actas, fechados entre 1504 y 1918, están accesibles en la céntrica calle Ramírez de Prado número 3 para todo el que quiera descubrir...
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Desde la muerte de Antonio Benavides en 1762, no se ha encontrado ningún retrato que nos ayude a imaginar cómo era. Y eso que no estamos hablando de un completo desconocido, sino de un político y militar con una posición privilegiada en el organigrama del Imperio español, como gobernador de La Florida, Veracruz y Yucatán en el virreinato de Nueva España . Cuentan las crónicas que no quiso gastar ni una sola moneda en tan innecesario fin. De la misma forma que renunció, tanto en América como en su Canarias natal, a numerosos bienes materiales en favor de los más necesitados. No sabemos qué aspecto físico tenía. Si era alto, bajo, delgado o corpulento. Sin embargo, cambió la historia de...
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La historia de la península cambió para siempre en el corazón de Barcelona. El 11 de septiembre de 1714 terminó una guerra, la de Sucesión, que se había extendido durante más de una década; desde que Carlos II dejó este mundo sin haber podido engendrar un heredero, para ser exactos. También fue el final de la dinastía de los Austrias, en el trono desde el siglo XVI. No obstante, la jornada en la que cayó Barcelona, última sede de los partidarios del Archiduque Carlos, pretendiente austracista al sillón regio, supuso también el comienzo del que, para el escritor, divulgador histórico e investigador José Luis Hernández Garvi ha sido uno de los períodos más gloriosos de la historia de España: el reinado de los Borbones. El autor lo tiene claro: « Felipe V , su primer representante, inauguró un Estado moderno que buscaba la fortaleza mediante la unidad». Lo que solemos obviar es que el desembarco en España de la Casa Borbón se debió, en gran parte, a un extranjero: James Fitz-James . Más conocido como el I Duque de Berwick, este aristócrata anglo-francés subyugó la resistencia austracista, consiguió rendir Barcelona y se convirtió, según afirma el propio Garvi, en «uno de los militares más brillantes» del siglo XVIII. Ahí es nada. «Es un personaje bastante desconocido a pesar de la estrecha vinculación que mantuvo con nuestro país», añade. El oficial, poco más que un demonio para el independentismo más exacerbado, inauguró también la costumbre de esta dinastía de rodearse de consejeros, artistas y combatientes europeos. «El monarca delegó responsabilidades políticas y militares sin hacer distinciones entre españoles y extranjeros», sentencia el autor de 'Nunca fueron extraños' (Modus Operandi, 2019) . «Es una pena que haya sido maltratado por la historia. Terminó con la resistencia de Barcelona, sí, pero no combatía contra el secesionismo, como nos quieren hacer creer en la actualidad, sino en favor de los Borbones y en una guerra en la que Cataluña no buscaba la independencia», añade. Berwick fue leal, pero también efectivo a nivel militar. El mejor ejemplo es su actuación en batallas como la de Almansa, donde otorgó la victoria a Felipe V. Con todo, no fue el único extranjero que ayudó a cohesionar España desde el punto de vista militar. «Aquí, los extranjeros nunca fueron extraños. Desde la cúspide de la pirámide hasta sus niveles más bajos aportaron cosas positivas a la Monarquía», sentencia. Aunque estas se cuentan por decenas, el escritor subraya que la principal fue convertir la corte en una de las más cosmopolitas de la época. Un golpe más a la leyenda negra que afirma que, desde los Austrias, nuestro país se mantuvo aislado de las teorías reformistas. «No. España no vivió bajo oscuras instituciones como la Inquisición». Casos los hay por decenas. Garvi pone el foco sobre Alejandro O'Reilly, un «servidor público honorable» que entrenó una milicia en la Cuba hispana encargada de defender la región y que, entre otras tantas cosas, recuperó regiones clave para España en el Nuevo Mundo. Y tampoco se olvida de un personaje como Carlo Broschi, el famoso castrato más conocido como Farinelli . «De él siempre nos quedamos con la parte más morbosa, que había sido castrado como otros tantos para que no cambiara su tono de voz, pero también fue un virtuoso», explica. Este cantante, el «Bruce Springsteen de la época» para el autor debido a su fama y a su capacidad para llenar teatros, arribó a España con una curiosa misión. «Le trajeron como una medida desesperada para acabar con la depresión y la locura de Felipe V. Me emociona pensar en la primera noche que pasó entonando arias junto a la cama del monarca para hacer que saliera de su estado de abulia», explica. Debió convertirse en una buena medicina, pues pasó en la corte dos décadas. En el gremio de los artistas también destaca la figura de Antonio Rafael Mengs , autor de algunos de los frescos más famosos del Palacio Real. Aunque tampoco quiere caer el experto en la Leyenda Rosa. Y, por ello, destaca también a algunos extranjeros que aprovecharon su importancia dentro de la corte para medrar o luchar por sus propios intereses. James Wilkinson fue uno de ellos. Espía y militar, ofreció en principio sus servicios a España y otorgó al rey información sobre el Virreinato de Nueva España. Sin embargo, el 'Agente 13', como se le apodaba, no tardó en cambiarse de nuevo de bando y entregar Luisiana a EE.UU. «Se movía por su propio interés. Intentó crear, por ejemplo, un estado independiente en Kentucky del que, probablemente, quería ser líder», añade Garvi. No se queda tampoco atrás Johann Kaspar Thürriegel , quien aprovechó la idea de repoblar Sierra Morena con colonos extranjeros en su propio beneficio. «Quiso hacer negocio con los inmigrantes y les reclutó sin atender a los requisitos que se pedían. Trajo delincuentes sin ninguna progresión, niños, enfermos...», finaliza
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En la primavera de 2001, un grupo de obreros que se encontraba trabajando en la instalación de una línea telefónica en un barrio de Vilna, la capital de Lituania, se topó por sorpresa con una montaña de huesos en un pozo de cien metros cuadrados. La zona se encontraba cerca de una antigua base militar de la Unión Soviética y se pensaron que los restos pertenecían a las víctimas de las purgas comunistas en la década de 1940 o al exterminio de judíos por parte de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Era la suposición más lógica, puesto que las fuerzas soviéticas ocuparon Lituania y Vilna en agosto de 1940, en primer lugar, y un año después fue Alemania...
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