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Terrazas del Rodeo

ABC - Historia

Historia
  • Una «víctima del furor religioso y político». Así definía 'La Iberia' en 1864 a Cayetano Ripoll, el maestro de escuela y excombatiente de la Guerra de Independencia que, cuarenta años antes, había sido «ahorcado en Valencia por sus opiniones religiosas». Fue el último ejecutado por el delito de herejía en la historia de España, en una época tan reciente que, incluso, la Inquisición ya había desaparecido. El escándalo fue tal en la época que hasta los encargados de dirigir aquel juicio trataron de buscarle una salida al reo, acusado de no ir a misa ni llevar a sus alumnos a la iglesia. «Nadie entendía cómo se le puede quitar la vida a un hombre honrado por palabras más o menos imprudentes en materia de religión, cuando los criminales, ladrones y asesinos se pasan el día blasfemando», criticaba dicho diario en las tres páginas que dedicó a recordar el caso, culpabilizando a los Borbones franceses de «no haber librado a España de ese azote» a tiempo. El periódico liberal y progresista se refería a la Santa Inquisición, prohibida hasta en dos ocasiones antes de la ejecución, pero que parecía seguir sobreviviendo: la primera, en las Cortes de Cádiz de 1812, y la segunda, con la implantación del Trienio Liberal en 1820. Esta última parecía la definitiva, pero con el regreso al autoritarismo en 1823, la represión religiosa volvía a ser legal. En una especie de trampantojo, la Inquisición fue sustituida por las llamadas Juntas de Fe. No era más que una operación de maquillaje, puesto que, como tristemente comprobó Ripoll, el nuevo organismo cumplió básicamente la misma función. Esa es la razón de que, en ocasiones, nuestro protagonista aún sea considerado como la última víctima de aquella institución medieval, aunque lo correcto sería decir que es el último condenado a muerte por un delito religioso. No se tuvo en cuenta que, durante su infancia y juventud en la pequeña ciudad episcopal de Solsona (Lérida), el reo hubiera cumplido con las obligaciones propias del fiel católico. Incluso en el último instante antes de ser ajusticiado, se intentó ganar tiempo solicitando su partida de bautismo con la esperanza de que hubiera desaparecido, puesto que la Junta de Fe solo podía juzgar y condenar a los cristianos. Sin embargo, la partida fue encontrada justo a tiempo: Ripoll era católico y estaba bautizado. No le sirvió de nada tampoco que se hubiera jugado la vida por España en la Guerra de la Independencia como soldado de infantería, ni que los invasores le hubieran hecho prisionero y hubiera sufrido un horrible cautiverio de varios años en Francia. Las cosas de Dios, debían ser juzgadas por Dios, pensaron. Cayetano fue detenido en 1824 en Ruzafa —la localidad valenciana en la que ejercía de maestro desde que acabara la guerra—, pocos meses después de que se implantaran las Juntas de Fe. Una mujer de nombre desconocido le denunció ante el tribunal religioso de no llevar a los muchachos a misa, de no arrodillarse cuando pasaba el viático y de haber cambiado en sus clases la expresión de «Ave María purísima» por la de «Alabado sea Dios». Durante su encierro en Francia, este soldado español había entrado en contacto con la doctrina cuáquera y el protestantismo. Y cuando empezó a ejercer de profesor ya se había convertido al deísmo, una religión que cree en la existencia de Dios como creador del universo, pero que niega que este intervenga en los problemas cotidianos del hombre. Fueron razones suficientes para que el vicario dictaminara, tras la investigación pertinente, que «había motivos para su captura y encierro». A juicio de la Junta de Fe, un caso tan claro de herejía como este solo podía ser consecuencia de la más absoluta ignorancia en materia religiosa por parte de Ripoll. Durante los dos años que estuvo preso, un número considerable de teólogos y catequizadores fueron a visitarle a la prisión para intentar convencerle de que abrazara de nuevo el catolicismo. Incluso le amenazaron, pero no hubo manera. El detenido no tardó en ser declarado culpable de herejía basándose en sus propias declaraciones. Según las indagaciones realizadas en Ruzafa cuarenta años después por el periodista de 'La Iberia', las creencias religiosas del profesor no le convertían en un docente menos entregado, sino todo lo contrario. «Su esmero y dulzura en la enseñanza eran tan extraordinarias que, desde el amanecer hasta que empezaban las clases, recorría las barracas de la vega para enseñar a los hijos de los labradores que ayudaban a sus padres en el campo. Su generosidad era tan grande que no recibía ninguna remuneración de los pobres \[...]. Personas que le trataron de cerca me contaron algunos hechos de su vida que demuestran, hasta qué punto, se consagraba al servicio de la humanidad», escribía. Durante su encierro, y a pesar de no considerarse cristiano como tal, Ripoll dio muestras sobradas de su amor al prójimo: «Si descubría a un hombre más necesitado que él, le daba hasta la miserable sopa que le suministraba el carcelero. También se desnudaba para cubrir con su vestido al que perecía de frío. Su dulzura, su sinceridad y su amor al género humano atraían el corazón de los presos». De nada sirvió tampoco aquella buena conducta y el 20 de marzo de 1826 fue condenado a la horca como hereje dogmatizante. La Monarquía y la Audiencia de Valencia apoyaron las acusaciones, a pesar de las presiones que se ejercieron desde otros países de Europa ante semejante atropello. El fallo, recogido en el libro 'Intolerancia y libertad en la España contemporánea' (Ediciones Istmo, 1994), de Juan Bautista Vilar, dice: «Debemos condenar a Cayetano Ripoll a la pena de horca y a ser quemado como hereje pertinaz y acabado, así como a la confiscación de todos sus bienes. La quema podrá figurarse pintando varias llamas en un cubo, el cual podrá colocarse por manos del ejecutor bajo el patíbulo para que se ubique en él el cuerpo del reo y conducirlo de este modo, después, a que sea enterrado en un lugar profano. Y como el reo se haya fuera de la comunión católica, no es necesario que le den los tres días de preparación acostumbrados. Bastará con que sea ejecutado dentro de las 24 horas siguientes». El juicio fue considerado ilegal por algunos expertos contemporáneos, puesto que ni se escuchó al reo, ni se le permitió ningún defensor, ni se le comunicó en ningún momento el desarrollo de la causa. Tampoco hubo petición de clemencia ni se le concedió el beneficio de revisión del juicio. Ni prosperaron los intentos de evitar que fuera ahorcado. El propio nuncio apostólico escribió una carta al Papa León XII para informarle de lo que estaba a punto de acontecer. En ella alegaba que las acusaciones procedían principalmente de vecinos analfabetos y que, por el contrario, los testimonios de la bondad del condenado eran abundantes. Nada. El maestro fue entregado entonces a la justicia ordinaria para que fuera ahorcado, puesto que la institución eclesiástica no ejecutaba. El 31 de julio de 1826, Ripoll realizó el trayecto hasta el patíbulo a lomos de un burro, soportando los insultos, las pedradas y los escupitajos de algunos vecinos. Al llegar a la horca, fue subido al cadalso y rodeado su cuello con la soga hasta que se abrió la trampilla. El cadáver fue después introducido en el barril pintado de llamas, dando así cumplimiento al viejo rito inquisitorial. Este, con el cadáver dentro, fue arrojado al río y rescatado a los pocos minutos para ser enterrado allí mismo, en la orilla, lejos de cualquier lugar sagrado. Ripoll tenía 48 años. Quienes le conocieron le describían en 'La Iberia' como «un hombre alto, de gallarda figura y larga melena». La ejecución tuvo una repercusión tremenda fuera de nuestras fronteras. En algunos países hasta se produjeron protestas. El Rey Fernando VII montó en cólera porque no había dado el visto bueno a la ejecución del maestro, tal y como era obligatorio por ley. Ni la 'Gaceta' ni el 'Diario de Avisos', únicos periódicos autorizados por el Gobierno, dieron la noticia. Sin embargo, fue tal el malestar que generó entre la población que, tras la muerte de Cayetano Ripoll, nunca más se volvió a ejecutar a nadie por causas religiosas. Las Juntas de Fe, última encarnación de la Inquisición, fueron abolidas en 1834.
  • Más de dos siglos hubieron de pasar desde la muerte de Jesucristo para que se resolviese uno de los grandes enigmas de la historia. Fue entre los años 327 y 328 d. C. cuando la primera peregrina en viajar a Tierra Santa, Elena de Constantinopla, descubrió la mayor reliquia de la Cristiandad: la 'Vera Cruz' en la que había sido ejecutado el hijo del Señor. Lo hizo bajo un templo perdido de Jerusalén, y después de haber amenazado a la comunidad judía con quemar vivos a sus rabinos si no le desvelaban el enigma. Y, aunque setecientos años después se perdió, el hallazgo fue un regalo para pobres y ricos. Ya lo dijo San Andrés de Creta: «Si no existiera la cruz, tampoco existiría Cristo». Mito y realidad, verdad y mentira, se funden cuando se recopilan las fuentes que describen el hallazgo de la 'Vera Cruz', aunque es innegable que el poso de la fábula está muy presente. La leyenda, cuyas raíces se hunden en el siglo IV, cuenta con todos los ingredientes para elaborar una buena historia; y entre los mismos se halla su protagonista: la emperatriz Elena. Sí, la misma que alumbró al emperador Constantino I el Grande –más conocido por haber autorizado el culto al Cristianismo en el Imperio romano– y que, todavía hoy, es venerada como una santa por católicos, ortodoxos y luteranos. Las peripecias de Elena pasaron a las crónicas de la mano de Jacopo della Voragine, un obispo del siglo XIII cuyo nombre, a la postre, fue castellanizado como Santiago. Este religioso fue quién la dio a conocer en la que fue su obra más popular: ' La leyenda dorada' . Un compendio de vidas de santos que el periodista y divulgador Aldo Cazzullo –autor de 'El dios de nuestros padres' y 'Roma, el imperio infinito'– define como el 'longseller' más destacado de la Edad Media. «La obra comienza con la muerte de Adán: es el primer hombre y, por tanto, también el primero en morir», arranca el experto. Della Voragine sostiene en 'La leyenda dorada' que la emperatriz acometió la primera peregrinación de la historia hasta Jerusalén, tierra sagrada para las tres grandes culturas, y que lo hizo después de que a su hijo se le hubiesen aparecido en una visión los apóstoles Pedro y Pablo . «Esta aparición, y la curación de la lepra que padecía, fueron las circunstancias que le llevaron a enviar a Jerusalén a su madre Santa Elena para que buscase la Cruz del Señor», escribe. La protagonista casi se obsesionó con hallar la reliquia. Hasta tal punto, que amenazó a los rabinos con quemarlos vivos si no le desvelaban dónde había sido escondida. Fue un judío quien le reveló el lugar en el que se hallaba, y con un nombre pintoresco: Judas . En palabras de Della Voragine, una vez que supo el emplazamiento, el subsuelo del templo de Venus, Elena exigió demoler el edificio y arar el solar. «Terminadas estas operaciones, Judas se arremangó su túnica, tomó un azadón y comenzó a cavar con gran fuerza y profundidad en aquel terreno, y cuando hubo excavado una especie de pozo, al seguir ahondando en el fondo del mismo, a unos veinte pasos de distancia con relación a la superficie exterior del suelo, hizo el descubrimiento», añade. El hallazgo del tal Judas fue más que místico: tres cruces de madera que llevó de inmediato ante la emperatriz. Solo había un problema: ¿Cuál de ellas era 'Vera Cruz' de Cristo, y cuáles las de los ladrones que le acompañaban? La solución al enigma la dejó en manos del Señor. «Para evitar su confusión con las de los dos ladrones, la emperatriz mandó que las tres fuesen colocadas en un lugar público, en medio de la ciudad; santa Elena esperaba confiadamente que de algún modo maravilloso habría de manifestarse la gloria del Señor», escribe Della Voragine en sus textos. No quedó defraudada la emperatriz. Y es que el milagro se obró a «la hora de nona», cuando pasó por la plaza en que se hallaban expuestas las tres cruces con un cortejo fúnebre formado por numerosas personas que acompañaban el féretro de un joven al que llevaban a enterrar. «Judas detuvo a los portadores del difunto e hizo que el cadáver fuese depositado sucesivamente sobre las tres cruces. Colocado el cuerpo del muerto sobre la primera y sobre la segunda cruz, no ocurrió nada; pero, en cuanto lo pusieron sobre la tercera, el difunto inmediatamente resucitó», señala el autor. Sabedora de cuál era la 'Vera Cruz', Santa Elena envió a su hijo una parte de la misma. Aunque dejó el grueso del madero en Jerusalén, protegido en el corazón de un estuche de plata. «También envió a su hijo los clavos, a propósito de los cuales dice san Eusebio de Cesarea que, cuando Constantino los recibió, los fundió e hizo con ellos un freno para el caballo que solía utilizar en sus campañas bélicas y un refuerzo para el casco de su propia armadura», añade Della Vorágine. Otras versiones sostienen que uno de ellos fue utilizado para confeccionar una estatua de Constantino que fue ubicada en un lugar destacado de la Ciudad Eterna. Al parecer, Elena mandó edificar una iglesia –la del Santo Sepulcro – en el lugar en el que había sido hallada la 'Vera Cruz'. La reliquia permaneció en manos cristianas hasta el año 610, cuando los persas tomaron la ciudad y se la quedaron. A partir de entonces, comenzó a cambiar de manos de forma constante. Su devenir se difumina hasta el 1009, cuando el califa ordenó prender fuego al lugar. La lógica dicta que la cruz podría haberse perdido para siempre, pero, según la leyenda, la orden del Temple la encontró noventa años después, ya con la urbe en poder de los cristianos. Desde entonces, el tesoro quedó bajo su custodia.
  • En Gran Bretaña, cuando el 28 de julio de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial , existía un curioso e injusto privilegio: los futbolistas profesionales solo podían ser llamados a filas si su club lo autorizaba. Los que no pertenecían a esa categoría, así como los que jugaban en las ligas de cricket y rugby –dos de los deportes más populares del país–, estaban obligados a marchar al frente como cualquier ciudadano, lo que desató un intenso debate social y político entre partidarios y detractores. Aquel conflicto, el más mortífero que el mundo había conocido hasta entonces y que acabaría costando un millón de vidas a Inglaterra, comenzó con un masivo reclutamiento de civiles entre los 19 y los 30... Ver Más
  • Conversaba poco Francisco Franco , al menos, de temas triviales. «Desde el día en que empezó a ser jefe del Estado nunca le vi hablar mucho. Y ni siquiera me lo imagino haciendo tal cosa», escribió su nieta, Carmen. Así que lo de su primo, Francisco Franco Salgado-Araújo. Poco antes de que el dictador falleciera, Pacón, como le conocían sus allegados, escribió un ensayo en el que narraba, de cabo a rabo, sus charlas más íntimas con el Caudillo, y vaya si tuvo. El gallego, que pontificaba desde el púlpito de la pirámide dictatorial, le llegó a enumerar en 'petit comité' los errores que había cometido la Monarquía hispánica. Desde expulsar a la Compañía de Jesús, hasta no haber impulsado una suerte de Consejo del Reino. Uno de los temas favoritos del dictador a la hora de debatir con sus más allegados era la esencia de la monarquía y su influencia en la historia de España. Así lo corrobora 'Pacón' en la obra 'Mis conversaciones privadas con Franco'. En este libro explica que el Caudillo «estaba convencido de que era el régimen que convenía a España», aunque adolecía de una serie de «defectos y reyes desastrosos» que habían condenado al viejo Imperio. Entre ellos citaba a Carlos IV o Fernando VII, dos grandes males para el país. La mayor crítica que esgrimía Franco contra estos monarcas era que no hubiesen creado un Consejo del Reino similar al que él había instaurado tras la Guerra Civil. Un organismo encargado, según afirma Josep Carles Clemente en 'Franco, anatomía de un genocida', de «presentar al jefe del Estado una terna de posibles jefes de Gobierno» para que él eligiera entre ellos. El autor recalca que estaba formado por una serie de consejeros escogidos a dedo por el dictador y que debían ser de su máxima confianza. El gran error de la Monarquía hispánica fue, para él, no contar con estos hombres: «Hoy existe un Consejo del Reino que, si hubiera actuado en épocas pasadas de nuestra historia, no se hubiera dado el caso de que continuasen reinando reyes como Carlos II el Hechizado , Carlos IV , Fernando VII, Isabel II, etc. Ya el Consejo los hubiera destituido, evitando de esa forma males tremendos para la patria. Así no hubiésemos tenido que lamentar la guerra carlista. Esta institución es importantísima, pues está compuesta de todas las entidades más importantes de España. En ella está la representación de las Cortes Españolas, el capitán general del Ejército, el presidente del alto Tribunal Supremo, en representación de la justicia, y el representante de los sindicatos». El 29 de noviembre de 1962, en una conversación privada con varios de sus amigos más cercanos, Franco incidió en la idea de que los reyes españoles no habían destacado por su buena gestión, aunque también explicó que muchos de ellos habían hecho todo lo posible por el país y habían decidido rodearse de buenos consejeros para paliar sus limitadas capacidades. Casi nada… Sus palabras, que intentaron ser de elogio, supusieron al final una buena bofetada a los «mejores reyes» de la Monarquía hispánica: «La verdad es que no han abundado mucho los reyes buenos para el país. Lo fueron en grado máximo Carlos V y Felipe II, aunque el primero se ocupase más de Alemania que de España. También cometió el error de dominar Flandes, lo que le hizo impopular. Carlos III fue un rey bastante bueno y se rodeó de buenos ministros. No hubiera debido expulsar a la Compañía de Jesús, influido contra ellos desde su reinado en Nápoles. Así que, cuando vino a España tenía grandes prejuicios contra esta orden religiosa. Otro rey al que la historia hará justicia es Don Alfonso XIII, que además de haber sido un gran patriota, tenía un talento superior al de sus ministros». Con todo, Franco era también partidario de que los buenos monarcas españoles como Carlos V habían sido objetivo de ataques injustificados. Un ejemplo es que, cuando se hizo público el noviazgo de la princesa Irene de Holanda y el príncipe Carlos Hugo de Borbón Parma, el dictador achacó los golpes de la prensa a la mítica Leyenda Negra. Así quedó claro en una conversación privada que mantuvo con el mismo 'Pacón' el 10 de febrero de 1964 y en la que señalaba que los diarios extranjeros habían «sacado a relucir ridículamente la época de los Tercios españoles del reinado de Carlos V, de las campañas del Duque de Alba y toda la leyenda negra sobre nuestra dominación de los Países Bajos, que se enseña con falta de respeto a la verdad en aquel país». Como dictador y jefe del Estado, Franco fue uno de los máximos exponentes de los héroes españoles y de la era dorada de la historia peninsular. El historiador Francisco Javier Peña, autor de 'La sombra del Cid y de otros mitos medievales en el pensamiento franquista', es partidario de que lo hizo con varios objetivos: «El pensamiento franquista, huérfano de argumentos para legitimar y enraizar la figura del Caudillo en la historia, buscó su fuente nutricia en otros referentes ideales y en algunos mitos y leyendas de ascendencia medieval». En esta amalgama destacaban personajes como Fernán González y períodos como la Reconquista o las Cruzadas. Sin embargo, hubo un héroe español por el que Franco sintió especial devoción: Rodrigo Díaz de Vivar. «El Cid fue contemplado por la propaganda franquista como el más destacado referente simbólico del pasado, al que acompañaron las imágenes de Viriato, Don Pelayo, los Reyes Católicos o algunos héroes de la Guerra de la Independencia », añade el experto. Otro tanto sucedió con la ciudad de Burgos, ligada de forma íntima al personaje. La urbe se convirtió a la velocidad del rayo en un punto de referencia de gran valor simbólico tanto para el general como para sus consejeros más íntimos y destacados. Con este contexto, no resulta extraño que Franco se deshiciera en elogios hacia el Cid cuando inauguró una estatua en su honor el 22 de junio de 1955: «Es lamentable que se hayan tardado siglos en levantar una estatua en Burgos en honor al Cid Campeador, cuando ello se hace a figuras poco importantes. El Cid es el espíritu es España, y suele ser en la estrechez y no en la opulencia cuando surgen estas grandes figuras». En el mismo discurso, recalcó además que se negaba a cerrar su tumba con siete cerrojos –como se había propuesto hacía algún tiempo– debido a que él esperaba que su espíritu saliera del sepulcro. Franco afirmó aquel día que «las riquezas envilecen y desnaturalizan lo mismo a los pueblos que a los hombres» y que «así pudo llegarse a la monstruosidad de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid». En sus palabras, no tenía sentido «el gran miedo» que parecía tener la sociedad «a que saliese de su tumba y se encarnase en las nuevas generaciones, a que surgiese de nuevo en el pueblo recio y viril de Santa Gadea, y no el dócil de los trepadores cortesanos y negociantes». Para él, «el espíritu de la Cruzada y del Movimiento, el despertar a las nuevas generaciones» era uno: «Sabiendo que hemos de morir, prefiero, como él, la muerte gloriosa».
  • En la tarde del 5 de marzo de 1933, los habitantes del pueblo bávaro de Oberstdorf se dirigieron a la plaza del mercado, ansiosos por escuchar lo que el alcalde tenía que decir sobre las elecciones federales celebradas ese mismo día. Junto a los habitantes de esta bonita localidad, con sus casas de madera y sus tabernas, había un gran número de visitantes del norte de Alemania, llegados para practicar deportes de invierno. Los picos nevados de los alrededores, recortados contra un brillante cielo estrellado, aportaban una grandiosidad natural a la escena. Entre la multitud se palpaba una sensación expectante, mientras todos, abrigados contra el frío aire nocturno, esperaban el desarrollo de los acontecimientos. Sin duda, muchos de los presentes... Ver Más
  • España forja historia, como lo hiciera con la revolución marítima que arribó en los siglos XVII y XVIII. Sigue, viento en popa y a toda vela a pesar de algunos retrasos, el proyecto industrial estrella de la Armada: la construcción de los submarinos S-80 por Navantia. Después de que la empresa rojigualda hiciera entrega de la primera unidad, el S-81 Isaac Peral , el pasado noviembre, en los próximos meses le tocará el turno al S-82. Un sumergible que, como el resto de sus hermanos – Cosme García y Mateo García de los Reyes –, ha sido bautizado con el nombre de un marino revolucionario de nuestro pasado patrio: Narciso Monturiol . Aprovechando que su puesta a flote se ha retrasado hasta el septiembre, hoy narramos la historia de este inventor y explicamos el porqué ha sido escogido para nombrar uno de los caballos de batalla de nuestra marina. Narciso Monturiol y Estarriol, un nombre más escrito al margen de la historia, fue alumbrado en Figueras (Gerona) en 1819. Narra Antoni Roca Rosell, profesor de historia de la ciencia y la técnica, que provenía de una familia de artesanos, pero que no siguió su camino. Primero pasó por la carrera de Medicina, que abandonó, y después dirigió su vida hacia el Derecho. Aunque lo que de verdad le atraía era la ingeniería y la técnica. Viajó mucho nuestro protagonista, pero fue en Barcelona donde fundó revistas de corte socialista y republicano como 'La Fraternidad' o 'La madre de familia'. La treintena le trajo consigo la pasión por la política, por lo que creó en 1848 el Partido Republicano Federal. Su vida fue un carrusel. Se exilió y volvió a España; participó en la invención de todo tipo de artilugios como una máquina de imprimir cartapacios y otra de hacer cigarrillos; ambas, a mediados de los años cincuenta. En esas andaba cuando se vio obligado a trasladarse a Cadaqués por motivos políticos. Allí, mientras sobrevivía pintando retratos en la calle, se percató de una dificultad que quiso solventar. «Vio que los pescadores de coral conseguían grandes beneficios con su extracción, cosa que compensaba el gran riesgo de cada inmersión», explica Roca en su artículo sobre este personaje para la Real Academia de la Historia . Su solución fue pensar en un sistema de navegación submarina, una suerte de sumergible, que paliara las dificultades de estos operadores. Monturiol, defensor ya de que aquel que dominara esta tecnología se haría con el dominio de los siete mares, forjó el 'Proyecto de Navegación Submarina. El 'Ictíneo' o barco-pez'. La idea fue recibida con los brazos abiertos: en un suspiro se recabaron 75.000 reales y se construyó un prototipo que quedó varado en el puerto de Barcelona en 1859. Después de una infinidad de pruebas, el 'Ictíneo' fue presentado al público el 23 de febrero de ese mismo año; tenía siete metros de eslora –largo– y funcionaba, como es lógico, por tracción humana. De inmediato saltó a los medios de comunicación y se ganó la admiración de la sociedad; hasta tal punto, que el general O'Donnell , jefe del Gobierno, presenció los primeros ensayos. No sirvió de nada. Las autoridades no vieron viable el invento y declinaron su producción mediante un informe de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Pero Monturiol no estaba dispuesto a rendirse y diseñó un nuevo y mejorado sumergible, el 'Ictíneo II', más grande y más rápido que su primer retoño; y lo hizo, además, mediante suscripción popular, el 'crowdfunding' de la época. Una vez más, la fortuna le fue esquiva. Su empresa quebró y nuestro protagonista viró y dedicó su vida a su otra gran pasión: la política. Durante la última etapa en este mundo fue diputado por Manresa en las Cortes de la Primera República por el Partido Federal. Y así, hasta su muerte en 1885.
  • Esta vez sí. El amor ha llamado a la puerta de Taylor Swift en forma de jugador de la liga de fútbol americano y ella ¡ha dicho que sí! Tal y como ha compartido la cantante en sus redes sociales, Travis Kelce le ha pedido matrimonio y la pareja se casará después de dos años de relación. «Tu profesora de inglés y tu profesor de gimnasia se casan», ha compartido la propia Taylor Swift en sus redes sociales con una serie de imágenes de la pedida . En las fotografías, tomadas en un espectacular jardín lleno de flores, se ve cómo Travis Kelce se arrodilla y le pide matrimonio con un espectacular anillo de diamante con banda de oro y corte 'vintage'. Como banda sonora para la publicación la canción 'So High School' , confirmando así lo que todo el mundo especulaba: que está dedicada al deportista. La pedida de matrimonio llega solo unos días después de que Taylor Swift anunciara en el pódcast de Travis y Jason Kelce el lanzamiento de su disco número 12, 'The Life of a Showgirl'. Este disco, que escribió durante su gira en España el pasado año, podría incluir alguna que otra dedicatoria para el jugador de fútbol americano . De hecho, una de las canciones se llama 'Actually romantic' (que se podría traducir como «de hecho, es romántico»). Sobre todo porque su relación floreció en el parón entre ' The Eras Tour ' estadounidense y el internacional que recorrió todo Asia y Europa a lo largo de 2024, y en el que estuvo acompañado, en gran parte, por el deportista. Hasta el punto de que Travis Kelce salió al escenario en uno de los conciertos celebrados el pasado verano en Londres, causando la misma sensación que la propia artista. Travis Kelce y Taylor Swift empezaron a salir en 2023, después de que el deportista asegurara en su pódcast que había ido al concierto de la cantante en Kansas y no había conseguido conocerla . Explicó que había hecho una pulsera con su número de teléfono con la intención de dársela, pero que estaba «en descanso vocal» antes y después del concierto. Parecía que la cosa se quedaría ahí, en una anécdota lanzada al aire, pero poco después empezaron los rumores de las citas. Finalmente la historia de amor típicamente americana entre la estrella del pop y el héroe del deporte se confirmó cuando se les vio juntos por primera vez saliendo de uno de los partidos de los Chiefs , el equipo en el que juega él como ala cerrada. La aparición de Taylor Swift en los partidos de los Chiefs de Kansas pasó de ser un momento de cultura pop inolvidable a algo que esperar, e incluso la propia cantante bromeaba en el pódcast de su chico y su cuñado que los forofos del deporte estaban cansados de verla en sus pantallas. La cantante ha acompañado al deportista en su segunda Superbowl , que ganó en 2024, pero también en las derrotas, como la de este 2025. Por su parte, él ha tenido que aprender a vivir con la presión mediática que supone estar cerca de la artista, sobre todo en este momento álgido de su fama como ha sido el 'Eras Tour'. La vida amorosa de Taylor Swift ha sido uno de los principales focos de atención a lo largo de su carrera, tanto en sus letras como a nivel mediático. Entre sus exparejas se encuentran Harry Styles, Jake Gyllenhaal,Calvin Harris, Tom Hiddleston o, más recientemente, Joe Alwyn. Con este último, con quien estuvo saliendo durante seis años, hubo rumores de compromiso y boda secreta, pero nunca se confirmaron. De hecho, hay quienes piensan que en su canción 'Champagne problems' la cantante desvela que rechazó una pedida de matrimonio por su parte. Sin embargo, nada se ha confirmado nunca. Por su parte, a Travis Kelce llegó a ser el protagonista de un programa de citas en televisión en donde le buscaban pareja y llegó a salir con Maya Benberry, una de las concursantes, durante varios meses de 2016. La única otra pareja que se le ha conocido es la periodista e 'influencer' Kayla Nicole, con quien tuvo una relación de idas y venidas entre 2017 y 2022.
  • «Mucho más que los zepelines, son las moscas y los mosquitos los que constituyen el mayor terror de Inglaterra», aseguraba ABC en agosto de 1915, con el sol pegando fuerte en aquella Europa arrasada por la guerra. Este diario se hacía eco también de la teoría de dos reputados investigadores estadounidenses que defendían que la decadencia de Grecia y la caída del Imperio Romano fueron provocadas, «de un modo muy poderoso», por los malditos zancudos que cada verano nos hacen la vida imposible. Y, por último, se preguntaba: «¿Acabarán los mosquitos con el Imperio británico? ¿Harán ellos lo que no logran hacer los zepelines alemanes y los obuses de 42 milímetros?». Ya se sabe que los mosquitos no tienen ejército... Ver Más
  • La Unidad Militar de Emergencias (UME) continúa estos días con su particular lucha contra los muchos incendios que asolan España de norte a sur y de este a oeste. Custodios de los bosques, centinelas prestos a paliar las catástrofes, este cuerpo fue alumbrado en 2005 para combatir, aunque no contra enemigos de fusil y bayoneta. Sus adversarios son las llamas y los desastre naturales. Entre ellos, la DANA que sacudió Valencia hace ya meses. Desde entonces, seis centenares de operaciones avalan a unos soldados que, además, lucen en su boina una insignia que esconde un recuerdo a la Monarquía hispánica: la Cruz de Borgoña o la Cruz de San Andrés. Nació la UME al triste calor de un desastre que estremeció a nuestro país durante el arranque del siglo XXI. En julio de 2005, el incendio de La Riba de Saélices, en la provincia de Guadalajara, dejó un mínimo de once muertos en una tragedia marcada por la negligencia y la inoperancia. De aquella necesidad de reforzar la lucha contra las catástrofes naturales fue alumbrada la Unidad Militar de Emergencias, y por impulso de la ejecutiva socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Según explicó ABC el 2 de noviembre de ese mismo año, el cuerpo estaría integrado por «4.300 efectivos en cinco bases»; una cifra nada desdeñable para las Fuerzas Armadas. El alumbramiento oficial de la Unidad Militar de Emergencias llegó con la Orden Ministerial del 4 de octubre de 2006. En ella se especificaban todos los pormenores del cuerpo; desde la vestimenta que portarían sus hombres, hasta la normativa para el uso de los distintivos. Y, como no podía ser de otra manera, también se hallaba la descripción de la insignia de la UME. Según se describía en el Boletín Oficial del Estado, contaría con un «escudo español cuadrilongo y redondeado en su parte inferior […] timbrado de la Corona Real». A su vez, establecía que, tras este escudo, se ubicaría la popular Cruz de Borgoña , recuerdo del Imperio español y de la Monarquía hispánica. La guinda era «una cartela con la voz de guerra: 'Perseverando' y 'Para servir'». El origen más remoto de este símbolo se halla en el martirio de San Andrés. Según relata el cronista Santiago de la Vorágine en 'La leyenda dorada', un compendio de historias escrito en el siglo XIII, el religioso fue capturado, azotado y torturado por el procónsul Egeas como el mismo Dios del que tanto predicaba. La diferencia es que su asesinato, acaecido en la ciudad griega de Patras, se perpetró en una cruz en forma de aspa. El desaparecido Condado de Borgoña, cuyo patrón era San Andrés, adoptó aquella X como su emblema poco después, y lo hizo añadiéndole algunas características concretas: el color rojo y los 'nudos'. El primero, por la sangre del religioso; los segundos, para evocar los leños con lo que se fabricó la cruz. La llegada de este símbolo a la Península Ibérica hay que buscarla poco después. En 1496 la Casa Austria desembarcó en el territorio tras el matrimonio entre Felipe I de Castilla (más conocido como 'el Hermoso') y Juana I de Castilla . El monarca, que ostentaba el título de duque de Borgoña, trajo consigo el aspa en los blasones de sus hombres. A partir de ahí, se extendió como marca de realeza por todo el territorio, aunque también como símbolo de los ejércitos de la Monarquía hispánica. Según explica el historiador Juan Víctor Carboneras en el ensayo 'España mi natura' (Edaf), durante los siguientes siglos ondeó por todo el viejo continente: «Se hizo representativa como elemento fundamental para reconocer y localizar en todo momento a los compañeros». Expertos como el investigador Fernando Martínez Laínez sostienen que la primera batalla en la que ondeó la Cruz de Borgoña –también Cruz de San Andrés– fue la de Pavía ; esa contienda en la que los ejércitos de Carlos V detuvieron las aspiraciones de Francia en Italia y capturaron al rey galo Francisco I. Qué mejor estreno, diantre. Aunque, por entonces, el aspa carecía de sus nudos característicos. Con Felipe II el símbolo sufrió alguna modificación. Según el divulgador español, empezó a aparecer sobre fondo amarillo, en lugar de blanco. Aunque este último continuó siendo el mayoritario. Cosas de monarcas, vaya. La llegada de la Casa de Borbón no acabó con la Cruz de Borgoña. Todo lo contrario. En 1707, un decreto del 28 de febrero de Felipe V estableció que «cada cuerpo» usara «una bandera coronela blanca» con este símbolo, según el estilo de cada unidad. A su vez, afirmaba que se habían «mandado añadir dos castillos y dos leones, repartidos en cuatro blancos y cuatro coronas que cierran las puntas de las aspas». La insignia se mantuvo hasta que Carlos III decidió cambiarla por el pabellón rojigualdo en los buques de la Armada. Todo ello, con el objetivo de diferenciarse mejor de los paños de otras naciones. De ahí, la bicolor pasó, poco a poco, a convertirse en la enseña nacional. La llegada de la UME se produjo en plena vorágine de incendios. En 2005 se especificaba que una serie de tragedias acaecidas a lo largo y ancho del planeta habían sido claves para acelerar su implantación: «Las recientes catástrofes por fenómenos meteorológicos que se han producido en Estados Unidos han acelerado su puesta en marcha». La mayor sorpresa, con todo, fue saber que la UME estaría más vinculada al Ministerio de Defensa que al del Interior; una máxima que se corroboró en enero de 2006, cuando se nombró a Fulgencio Coll Bucher jefe de la unidad. «El general de División, que estuvo en Irak dirigiendo a las tropas españolas entre diciembre de 2003 y hasta que se dio la orden de repliegue, estará al frente. Hasta ahora había sido también jefe de la División Mecanizada Brunete», confirmaba este diario. El carácter castrense de la UME cayó como un jarro de agua gélida en un país acostumbrado a que fueran civiles los que combatieran contra las catástrofes naturales. Los primeros en recelar fueron los militares. «No estamos para ser bomberos», se escuchaba en algunos corrillos de las Fuerzas Armadas. Fuera, los servicios forestales, de emergencias 112 y de bomberos temían por la injerencia en su profesión. La fuerte inversión en la unidad –unos 500 millones de euros en efectivos, vehículos, aviones, helicópteros y embarcaciones– terminó de tensar la cuerda y marcó el inicio de una retahíla de críticas, todo hay que decirlo, poco visionarias. Pero la eficiencia de la UME abrió camino y su espíritu de sacrificio apagó las críticas igual que el fuego. El entonces monarca, Juan Carlos I , enterró de forma definitiva las dudas en el verano de 2008, cuando visitó por primera vez a la unidad de emergencias y corroboró a sus responsables que estaba orgulloso de su labor. Como bien escribía Paloma Cervilla en ABC, el rey les explicó en un brindis que estaba maravillado por el material militar y personal del grupo, les felicitó por su labor y destacó que sus integrantes eran «el espejo en el que se mira la sociedad en circunstancias difíciles». «Lleváis la representación de España, del Ejército y de todos. Sois parte del Ejército y de las Fuerzas Armadas», incidió. Aunque, para entonces, la Unidad Militar de Emergencias ya era popular entre los españoles. Su primera actuación de gran envergadura se dio en el incendio que devoró La Palma en 2007 y, unos meses después, hicieron lo propio cuando se quemó parte de Cerro Muriano, en Andalucía. «Estamos preparados para actuar en cualquier lugar del territorio nacional en casos de grave riesgo, catástrofe, calamidad u otras necesidades públicas. Estamos preparados, en definitiva, para servir a la sociedad», explicaba por entonces el comandante Castro. Y es que, aunque había sido alumbrada de la noche a la mañana, la unidad contaba con «una gran especialización, tanto personal como material». Nada se le resistía ni se le resiste, ya sean terremotos, inundaciones o volcanes. Durante los meses siguientes, la UME se convirtió en un vigía de las catástrofes. Cualquiera, vaya. «La UME pone especial atención en los riesgos más significativos de cada momento. De tal suerte, en invierno se pone especial énfasis en las eventuales catástrofes en zonas de nieve, mientras que en verano la preocupación son los incendios forestales. Tienen también una permanente formación que se traduce en la adecuación a todo tipo de intervenciones con la sola excepción de los riesgos tecnológicos (tipo Fukusima), una especialidad que aún está por desarrollar», explicaba José L. García en ABC allá por 2012. Y es que, una de las principales bazas del grupo siempre ha sido la adaptación a los nuevos escenarios.
  • Polibio dejó por escrito el carácter que debían mostrar los soldados más determinantes de las legiones romanas; esos que Julio César definía como la columna vertebral de sus ejércitos. «Es deseable que, más que osados y temerarios, los centuriones sean buenos conocedores del arte de mandar y que tengan presencia de ánimo». El cronista del siglo II a.C. especificó también que debían «ser firmes no solo para atacar con sus tropas aún intactas, o bien al principio del combate, sino también para resistir» cuando se vieran superados por el enemigo y cuando estuvieran «en inferioridad de condiciones o en un aprieto». Su máxima última, según el autor, era dejarse la vida en el campo de batalla… Si llegaba el momento,... Ver Más

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