Considerar:

Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.

Mahatma Gandhi (1869-1948) Político y pensador indio

Terrazas del Rodeo

ABC - Historia

Historia
  1. Tocaba que cantaran sus alabanzas, que no fueron las de una cualquiera, sino las de la primera reina que hubo en España y en aquella Europa del siglo XII. La periodista Isabel San Sebastián ha enumerado este martes la vida y obras de Urraca I de León, precursora del feminismo donde las hubiere, durante la presentación en Madrid de su flamante novela histórica: 'La Temeraria' (Plaza & Janés) . Y lo ha hecho arropada por una Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha puesto el acento en la fuerza y el coraje que demostró la monarca durante su reinado. Noticia Relacionada estandar No Isabel San Sebastián: «¿El feminismo actual, de izquierdas, reivindica a personajes como... Ver Más
  2. A raíz de la carta abierta publicada por Pedro Sánchez la semana pasada, en la que el presidente del Gobierno dejó abierta la puerta a un posible dimisión que luego no se produjo, en la sección de Historia de ABC hemos publicado varios ejemplos de cartas de despedida con las que otros políticos sí abandonaron sus cargos públicas. Algunos por voluntad propia y otros de manera forzada. Desde ministros como Pascual Cervera y Topete hasta reyes como Amadeo de Saboya y Alfonso XIII, pasando por presidentes del Gobierno en España, como Manuel Azaña y Estanislao Figueras . «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros», llegó a comentar este último en su momento. Sin embargo, ninguna tan insólita, por desconocida y extraña, como la que se atrevió a enviarle Gregor Strasser al mismísimo Hitler en 1932, cuando el futuro dictador ya había hecho gala de su violencia y su odio hacia los judíos y a cualquier adversario político, como bien pudo demostrar nuestro protagonista. Y eso que no era un militante cualquiera, sino uno de los líderes del del Partido Nazi en los años en los que el nacionalsocialismo se convirtió en mayoritario en Alemania. Uno que, incluso, estuvo a punto de arrebatarle el liderazgo a Adolf, con lo que aquello habría podido suponer para el futuro de la humanidad. Para que se hagan una idea, su hermano, Otto Strasser, solía presumir de que fue Gregor quien, en 1924, sugirió a Hitler que escribiese sus memorias. Decía en tono despectivo que el único objetivo era que Adolf se mantuviese entretenido para evitar que sus compañeros de prisión en Landsberg tuviesen que escuchar sus «interminables monólogos». Sin embargo, le encantó la idea y se puso manos a la obra. Para disgusto de los Strasser, según recoge la célebre biografía del dictador escrita por Ian Kershaw , «debieron sufrir una amarga decepción cuando este comenzó a leer a diario lo que había escrito a un público literalmente cautivo». Noticia Relacionada En la España de Franco estandar No La plácida vida del mayor criminal nazi y su extraño asesinato en Valencia Israel Viana El historiador José Luis Rodríguez Jiménez incluye en su libro 'Bajo el manto del Caudillo' la historia del que fuera director del campo de exterminio de Jasenovac y cómo vivió plácidamente en nuestro país hasta que apareció su cadáver en 1969 Así comenzó la gestación de 'Mein Kampf' (Mi lucha), por influencia de Gregor Strasser. El libro se convirtió en un fenómeno editorial que vendió más de noventa mil ejemplares en 1932 y novecientos mil un año después. Un éxito sin precedentes, a pesar de que, según comentó Christian Hartmann , encargado de la edición crítica que se publicó en 2016, «estaba mal escrito, lleno de errores». La carta Por eso sorprende que los hermanos Strasser sean prácticamente desconocidos en la actualidad. Quizá porque representan lo que se ha dado en llamar la «izquierda fascista» dentro del Partido nazi y eso, a ojos del mundo, podía suponer una anomalía política difícil de comprender. También, porque muchos historiadores opinan que Gregor, con sus postulados más socialistas que nacionalistas, pudo haber vencido a Hitler en sus luchas internas y haberse convertido en canciller de Alemania. Pero la deriva que tomó la formación en manos de Adolf, cada vez más combativo, violento y obsesionado con los temas de la raza, llevó a este dirigente a dejar su escaño y enviar al jefe su carta de dimisión el 8 de diciembre de 1932. En ella, Gregor Strasser hablaba de las dificultades de organización del partido derivadas del boicot ejercido por los consejeros de Hitler: «Tengo el derecho a decir que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, según mi punto de vista, no es solo un movimiento ideológico en proceso de conversión en una religión, sino un movimiento de combate que debe reforzar su poder en el Estado en cada oportunidad de que disponga, con el fin de hacer posible que realice sus tareas nacionalsocialistas y consume el socialismo alemán con todas sus consecuencias». Más adelante, continuaba: «La brutal confrontación con el marxismo no puede ser el centro de nuestra tarea política interna. Más bien, creo que el gran problema de este tiempo es la creación de un gran frente de trabajadores y su integración en un Estado de nuevo tipo. La esperanza monotemática de que el caos conducirá a la realización del destino del partido es, según creo, errónea, peligrosa y sin ningún interés para el conjunto de Alemania. En todas estas cuestiones, su punto de vista es diferente del mío, lo cual hace que mi posición como miembro del Parlamento y portavoz sea insostenible. Durante toda mi vida no he sido nada distinto a un nacionalsocialista y no lo seré. Por tanto, regreso a la base del partido, dejando el campo libre a sus consejeros, a fin de que puedan asesorarle con éxito sobre el terreno en estos momentos». Defensa del pueblo Según describe el historiador Ferrán Gallego en 'Todos los hombres del Führer' (Debolsillo, 2008), el caos al que se refería era ese «lodazal de confusiones institucionales promovido por los consejeros de Hitler, tales como Goebbels y Goering, sobre el que debía sustentarse la toma del poder de los nazis». Todo ello se enmarcado, además, en un momento de absoluta crisis política tras dos elecciones generales y tres cancilleres en un solo año. Ese fue el final de la carrera política de Gregor Strasser, el líder de aquella extraña «izquierda fascista» que había comenzado veinte años antes con el Volkisch, la corriente de pensamiento basada en la exaltación y el orgullo de pertenecer al pueblo alemán tras la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial. A raíz de este movimiento, se crearon en Alemania un buen número de partidos políticos y organizaciones que adoptaron la esvástica como símbolo a principios de los años veinte. Un ejemplo es la Sociedad Thule, precursora del Partido Obrero Alemán (DAP), que fue, a su vez, el germen del partido nazi. O el Sturmbataillon Niederbayern, el movimiento más revolucionario que lideró nuestro protagonista. Más tarde, como tantos veteranos de guerra descontentos, se unió a las Freikorps, una organización paramilitar y fascista que sembró el terror en las calles de Alemania. Luego refundó su movimiento en otra organización paramilitar llamada Unidad de Defensa del Pueblo. En 1921 se afilió finalmente al partido nazi para intentar difundir sus ideas. Su actividad política se centró entonces en el norte y oeste de Alemania, sobre todo en Berlín, mientras que Hitler y sus allegados se centraron en el sur y en el este del país. Dos años después participó en el llamado Putsch de Múnich, el intento de golpe de Estado que le llevó a la cárcel junto a Hitler. Anticapitalismo El partido fue ilegalizado, pero a Strasser le liberaron poco después gracias a que había sido elegido diputado por el Movimiento Nacionalsocialista de la Libertad, una coalición que reunía a toda la extrema derecha alemana y que cubría el hueco dejado por los nazis. Entonces aprovechó que el futuro dictador seguía entre rejas para seguir difundiendo la citada ideología de la «izquierda fascista». En sus primeros pasos, esta corriente se ganó aliados tan poderosos como Joseph Goebbels. Para Strasser, el anticapitalismo era más importante que el anticomunismo y creía que un Estado debía estar siempre construido sobre muchos de los postulados socialistas. En la economía, de hecho, proponía la nacionalización y colectivización de los medios de producción y el desmantelamiento de la producción capitalista industrial. Ponía en valor al campesinado y defendía la reactivación de las pequeñas ciudades y pueblos por encima de las grandes urbes. También estaba a favor de la descentralización del Estado mediante un sistema federal. Y, sobre todo, rechazaba el imperialismo, los conflictos entre países, la expansión territorial a costa de otros y la idea de un Gobierno totalitario como el de la Unión Soviética, reivindicando siempre la libertad de expresión y de prensa. Diferencias con Hitler Las diferencias ideológicas con Hitler, por lo tanto, eran evidentes, aun situándose los dos dentro del nacionalsocialismo. El futuro dictador viró hacia el racismo. Siendo consciente de ello, Gregor Strasser empezó a organizar junto a Goebbels a los grupos nacionalsocialistas que habían quedado huérfanos con la ilegalización del partido nazi. Este último se encargó de las medidas de propaganda, de dar discursos por todo el país y de poner en marcha varias publicaciones importantes como 'El Socialista Nacional', que se editó hasta 1930. Así consiguió atraer a una gran cantidad de simpatizantes, apelando continuamente a las clases más bajas. Sin embargo, cuando Hitler recobró la libertad en 1925, lo primero que hizo fue refundar el partido, reagrupar a todas esas facciones y enfrentarse a todos los que pudieran disputarle el liderazgo. Un año después ya había chocado abiertamente con los hermanos Strasser, sobre todo en un congreso del partido en el que declaró que sus propuestas significaban la «bolchevización política de Alemania». También relacionó la doctrina socialista de estos con el judaísmo, que ya empezaba a estar en su punto de mira. Esto provocó que Gregor Strasser fuera gradualmente apartado de los puestos importantes de la formación. En 1926 pasó a ser jefe de Propaganda, y en 1928, jefe de Organización. Al mismo tiempo, entre 1925 y 1929, desempeñó el cargo de jefe de la región de Baja Baviera. No obstante, lo más importante de aquel discurso de Hitler fue que Goebbels se apartó de la «izquierda fascista» para jurar fidelidad al futuro dictador y ayudarle a controlar por completo todos los órganos del partido. Según subraya Gallego: «Goebbels estaba al comienzo de su carrera política y había de sentirse fascinado por la capacidad de Hitler de manipular a los individuos, por su mezcla de paternalismo y fraternidad, de autoritarismo y de fanática convicción, de barroquismo verbal y simplicidad de objetivos. Si su relación emocional con Hitler puede causar el rubor de quienes, como Otto Strasser, solo podían concebir una relación basada en el acuerdo político, en el caso de Goebbels las cosas funcionaban de otra manera. Tanto que ni siquiera este podía calificar de traición». La pelea de Berlín Los hermanos Strasser nunca cejaron en su empeño de hacer virar el nazismo hacia sus posiciones. Según explica Alan Bullock en 'Hitler y Stalin: Vidas paralelas' (Kailas, 2016), Hitler seguía aterrado por que los miembros de su partido, al igual que había ocurrido en 1923, se sintieran frustrados por no entrar de una vez en acción. Creía que iba a perder su fuerza impulsora y su gran entusiasmo. Así lo explica este historiador británico: «Las contradicciones no resueltas que aún podían poner en peligro las oportunidades de éxito del partido se encuentran documentadas en la confrontación posterior entre Hitler y Otto. Cuando Gregor Strasser se trasladó a Múnich, este permaneció en Berlín y utilizó su periódico, el 'Arbeitsblatt', para mantener una línea independiente y radical que irritaba y desconcertaba a Hitler». En abril de 1930, los sindicatos de Sajonia llamaron a la huelga y Otto apoyó plenamente sus acciones. Hitler dio la orden de que ningún miembro del partido interviniese en ella, pero fue incapaz de silenciar los periódicos de Strasser. El 21 de mayo le invitó a reunirse con él en Berlín para discutir el asunto. En aquella charla, primero le ofreció importantes cargos en condiciones muy generosas para callarle, después apeló a sus buenos sentimientos, con lágrimas en los ojos, y, por último, le amenazó con la expulsión del partido. Raza y arte La discusión se inició con una disputa sobre raza y arte, pero pronto se encauzó hacia los tópicos políticos. Hitler criticó duramente un artículo que Strasser había publicado bajo el titular de «Lealtad y deslealtad», en el que establecía la diferencia entre el ideal, que es eterno, y el líder, que tan solo es su sirviente. Según recoge Bullock en su libro, estas fueron sus palabras: «Todo eso no son más que disparates. En el fondo no estás diciendo otra cosa que otorgar a todos los miembros del partido el derecho a decidir lo que ha de ser el ideal, incluso a decidir si el líder es fiel o no al llamado ideal. Eso es democracia de la peor especie y no hay lugar entre nosotros para tales concepciones. Para nosotros, el líder y el ideal son lo mismo. Todo miembro del partido debe hacer lo que manda el líder. Tú mismo fuiste soldado… Y yo te pregunto: ¿estás dispuesto a someterte a esta disciplina o no?» Siempre según el historiador, Otto Strasser le respondió: «Pretendes estrangular la revolución social en aras de la legalidad y de tu nueva colaboración con los partidos burgueses de derechas». El futuro dictador enfureció ante su insinuación: «Yo soy socialista, y un socialista de índole muy distinta a la de tu rico amigo el conde de Reventlow. En otros tiempos fui un hombre trabajador común y corriente. Yo no permitiría nunca que mi chófer comiese peor que yo. Lo que tú entiendes por socialismo no es otra cosa que marxismo. Y ahora fíjate en lo que te digo: lo único que quiere la masa de trabajadores es pan y circo. No entiende nada de ideales. Jamás podremos ganarnos a los trabajadores apelando a estos. […] Lo que existe exclusivamente en todas partes es la lucha de las capas más bajas de una raza inferior contra la raza superior dominante, y si esta raza superior se ha olvidado de la ley de su existencia, estará irremediablemente perdida». La conversación se reanudó al día siguiente en presencia de Gregor Strasser y Rudolf Hess, en la que Otto se pronunció por la nacionalización de la industria. Ante sus palabras, Hitler replicó con desprecio: «La democracia ha dejado el mundo en ruinas y, sin embargo, ahora tú pretendes extender eso a la esfera económica. Sería el fin de la economía alemana. Los capitalistas se han abierto paso hasta la cima gracias a su capacidad y sobre la base de esa selección, que es una nueva prueba de que son una raza superior, tienen el derecho de mandar y dirigir». Expulsión y asesinato Dos meses después de aquella disputa, a finales de junio de 1930, Hitler dio instrucciones a Goebbels de que expulsase del partido a Otto Strasser y a sus seguidores. Le acusó de conspiración y alianza con el judaísmo. Este hizo entonces públicas las conversaciones en uno de sus periódicos y fundó la Unión de los Nacionalsocialistas Revolucionarios, que pasó a conocerse como el Frente Negro. Aquí se agruparon muchos nacionalsocialistas descontentos con su líder. Según cuenta Julio B. Mutti en 'Nazis en las sombras', Otto emigró y continuó su oposición en el exilio al frente de este extraño y poderoso grupo de nazis anticapitalistas cercano a las ideas socialistas. En 1931, aún reclutó a una gran cantidad de marinos germanos para su causa con el objetivo de esparcir sus semillas allende las fronteras. Gregor tomó cierta distancia de los puntos de vista de su hermano y permaneció en el partido nazi, pero no le sirvió de mucho, porque siguió colaborando con el periódico 'El Frente Negro' y los enfrentamientos continuaron hasta 1932. Ese año, el canciller de Alemania, Kurt von Schleicher, le ofreció la vicecancillería y ser primer ministro de Prusia, pero solo era una estrategia para alimentar la rivalidad entre ambas facciones y partir el nacionalsocialismo en dos. Strasser no aceptó, pero Hitler aprovechó para quitarle todos sus cargos orgánicos y robarle todos sus apoyos. Únicamente conservó su escaño, del cual dimitió en la mencionada carta de 1932. Al año siguiente, el partido nazi obtuvo sus mejores resultados electorales, con un 37,3 % de los votos y 230 escaños. Esto se interpretó como una victoria de la facción más ultraderechista y afín a Hitler. Poco después recibiría el nombramiento de canciller de Alemania y terminaría aprobando para sí poderes dictatoriales con la firma de la Ley Habilitante. En 1934, en la llamada «Noche de los cuchillos largos», el partido apresó y asesinó a innumerables rivales políticos internos. Entre ellos, Gregor Strasser. Su hermano Otto pudo librarse por haber huido del país. Goebbels lo declaró enemigo público del Reich y puso fin al intento de que el nazismo fuera un movimiento de izquierdas o, por lo menos, afín al socialismo.
  3. Lo de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera fue una relación mal avenida entre adversarios políticos. Un mal de ojo que arrancó ya durante la Segunda República y que no terminó cuando el líder de Falange se personó ante el pelotón de fusilamiento en la cárcel de Alicante, tras ser condenado a muerte por rebelión militar. A partir de entonces, y aunque el futuro dictador intentó valerse de los pilares ideológicos de su grupo, existió siempre una pequeña resistencia que anhelaba frenar su ascenso al poder. Origen de todo Fusilado Primo de Rivera, el asalto de Franco a su organización fue masiva. Aunque fue el 20 de abril cuando el entonces generalísimo avivó las llamas al decretar que las principales organizaciones políticas que combatían a la República junto a él –falangistas y carlistas– quedarían unidas en un único partido llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE y de las JONS). Su objetivo, o eso argumentó, era acabar con las luchas internas que había en estas corrientes y, a su vez, centralizar el poder bajo su persona. Esta unificación no tardó en darle dolores de cabeza. Desde Falange, por ejemplo, se alzaron voces discordantes al considerar que la unión de ambos partidos acabaría con la esencia original de la organización. Uno de los mayores contrarios a ella fue Manuel Hedilla , sucesor en la práctica de José Antonio Primo de Rivera. Al menos de forma oficial ya que, en la actualidad, son muchos los historiadores que defienden que este líder estaba a favor del decreto franquista, aunque con algunas reservas. Algunos como el hispanista Herbert Rutledge Southworth. Noticia Relacionada Historia estandar No El presidente que (sí) dimitió y se exilió de España harto de la política: «Estoy hasta los cojones» Manuel P. Villatoro En 1873, Estanislao Figueras y Moragas, al frente de la Primera República, se marchó del país cansado de sus correligionarios Más allá de las interpretaciones posteriores, lo cierto es que la dirección de Falange y el propio Hedilla se sintieron ultrajados por Franco cuando este les dejó a una lado en la toma de decisiones. Y, en lugar de apostar por la prudencia, desafiaron al Caudillo por las bravas. «La inmediata reacción de la dirección de FE […] fue enviar un telegrama el 22 a los jefes provinciales de FE en el que, si bien se mostraba acatamiento a Franco, en realidad se contravenía la orden de éste. Se reafirmaba el conducto jerárquico de FE para transmitir las órdenes del propio Generalísimo. El telegrama en cuestión se mandó como firmado por Hedilla, aunque parece ser que en el original entregado a Telégrafos su firma no existía», explica Joan María Thomas en su obra 'El gran golpe. El caso Hedilla, o como Franco se quedó con Falange'. El telegrama, las críticas vertidas por Hedilla contra la unificación y su negativa a aceptar un cargo menor ofrecido por el de Ferrol fueron las excusas perfectas para Franco. Este ordenó detener al líder de Falange y procesarle junto a 600 de sus seguidores. Así, su plan de quedarse con el partido se materializó. Como señala el hispanista Paul Preston en su amplia obra 'Franco. Caudillo de España', Hedilla terminó condenado a muerte acusado de rebelión militar, aunque a la postre se le conmutó la pena por la cadena perpetua. De forma paralela nació una falange clandestina, la Falange Autónoma, destinada a luchar contra el futuro jefe del Estado. ¿Asesinar a Franco? Dos miembros de aquella falange clandestina, el mismo grupo que se consideraba 'no contaminado' por las ideas de un dictador que había «traicionado» los principios por los que se habían levantado en la Guerra Civil , fueron los que se reunieron a finales de marzo de 1941 para idear un plan con el que asesinar a Franco. Según explica el escritor y periodista Antoni Batista en su libro 'Matar a Franco: Los atentados contra el dictador', los puntales de aquella misión los pusieron Emilio Rodríguez Tarduchy –carnet número 4 de la Falange Autónoma– y Patricio González de Canales. Estos se reunieron en la ermita de San Antonio de la Florida, ubicada en Madrid, con el objetivo de buscar la forma más efectiva de acabar con la vida del de Ferrol. Tras conversar, decidieron que lo idóneo sería asesinarle en la celebración del Día de la Victoria. Esto era, el 1 de abril. «El plan, ideado por González de Canales, desestimó hacerlo en la calle, tomada por la guardia mora entrenada para disparar antes de preguntar y con la atroz valentía interior despistaría a los escoltas, mientras un hombre dispararía a Franco de cerca, con un revólver del 9 corto, inspiración Lincoln», determina Batista en su obra. Sencillo pero eficaz. Además, Franco estaría en plena calle y rodeado de personalidades que verían con sus propios ojos su marcha al otro barrio. Era un golpe de efecto ideal. Con la idea en mente, los miembros de esta falange clandestina organizaron una reunión en la casa de uno de ellos, ubicada en la calle Alberto Aguilera número 40. Allí, votaron… ¿Matar o no matar a Franco de un disparo? «Votaron no matarlo por cuatro votos y una abstención. Por miedo a la invasión nazi y la liquidación material de Falange Auténtica», añade el autor. Sin saberlo, el de Ferrol ganó así su última batalla contra Primo de Rivera y su idea de lo que debía ser la Falange Española. Espiados En la práctica, el dictador no terminó nunca de fiarse de Falange. Y así quedó claro cuando ordenó que la organización fuese seguida de cerca –un educado eufemismo para hablar de espionaje– por la red de información APIS; el mismo grupo que le pasaba informes constantes de las principales logias masónicas presentes en España. De hecho, Franco siempre fanfarroneaba afirmando que estaba «bien informado de todo cuanto se trama en las logias» y que disponía de «información directa de las logias masónicas». El grueso de estos informes llegó al dictador desde los años cuarenta hasta los sesenta. Así lo explica el historiador Javier Domínguez Arribas en su obra 'El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista, 1936-1945'. En la misma, el experto señala que este grupo de espías estaba formado por mujeres y que, entre otras tantas misiones, seguía de cerca a los falangistas: «Las acusaciones más graves contra la Falange se encontraban en los documentos que la red APIS atribuía a la «secta». Noticias Relacionadas estandar Si Guerra Civil El «infierno» de los 57 días de represión republicana en San Sebastián Israel Viana estandar No El error de la batalla de Guadalete... y otras grandes mentiras de la conquista musulmana de Hispania Manuel P. Villatoro En ellos, ciertas actitudes políticas habituales entre los falangistas aparecían como el resultado de consignas masónicas. Algunas de ellas, consideradas tan graves como hacer que «los masones se sumen a todas las manifestaciones que puedan surgir y que las saturen de 'vivas y aclamaciones' al ' Führer ' y a Alemania». Así, este sector estuvo investigado durante años, al igual que sucedía con todo aquel con cierta importancia política que se declarara partidario del rey don Juan. De hecho, APIS solía pasar también informes de organizaciones 'juanistas', como se hacían llamar, al dictador para que se mantuviera al día de su evolución. José María Zavala recoge en sus libros estas ideas y señala, a su vez, que una de las personas más investigadas por Franco y el grupo APIS fue Pilar Primo de Rivera: la hermana de José Antonio. En los informes se podía leer lo siguiente de ella: «Volviendo a Pilar. Otra de las cosas que la ha enfurecido es que, según dice, ayer desfilaron ante el Caudilo las Milicias Universitarias, al grito de 'Viva España', y la palabra 'viva' ella no la traga».
  4. Según los cálculos realizados hace dos años por nueve universidades de Andalucía, se produjeron 45.500 ejecutados en la Región Militar Sur durante la Guerra Civil . A Gonzalo Queipo de Llano se le atribuyen 14.000 víctimas civiles solo en Sevilla, de los cuales 3.000 habrían sido asesinados en el primer trimestre de la contienda. Además, el general es famoso por participar en la llamada 'Desbandá', la matanza de otras 5.000 personas que huían de Málaga a Almería en febrero de 1937 y de la que él mismo sacaba pecho en sus famosas arengas en Radio Sevilla : «Canalla roja de Málaga… ¡Esperad a que llegue dentro de diez días! Me sentaré en un café de la calle Larios bebiendo cerveza y, por cada sorbo que dé, caeréis diez. Fusilaré a diez por cada uno de los nuestros que fusiléis, aunque tenga que sacaros de la tumba para hacerlo». Sus discursos en las ondas eran tan brutales que, incluso, algunos de los que le apoyaron en la rebelión militar de Sevilla acabaron enfrentándose a Queipo de Llano y abandonando la lucha contra la República. Ese fue el caso de nada menos que el delegado de Propaganda del gobierno franquista en Sevilla, Antonio Bahamonde, que se encontraba a las órdenes directas del temido general. Así explicaba los motivos de su deserción en una entrevista concedida al ABC Republicano , en diciembre de 1938: «Mi salida de la España rebelde no fue motivada por cuestiones ideológicas, sino por un problema de conciencia. Salí horrorizado ante los crímenes que allí se cometían. Es algo de lo que no puede darse siquiera una idea quien no haya vivido en territorio rebelde. Aterra hacer cálculos. Hasta el momento que me embarqué, los fusilados ascendían a la espantosa cifra de 150.000 solo en Andalucía y Badajoz. Lo más monstruoso es que los jefes falangistas que tienen a su cargo la represión son bendecidos por el clero. Van a misa por la mañana, comulgan con gran unción y salen de la iglesia para continuar su obra macabra». Noticia Relacionada Guerra Civil estandar Si El «infierno» de los 57 días de represión republicana en San Sebastián Israel Viana Aunque pueda parecerlo, Bahamonde no era un diputado socialista ni un líder comunista, sino un franquista convencido que había solicitado voluntariamente su cargo al lado de Queipo. Una posición que había tomado convencido de que tenía que acabar con los crímenes de la República contra la Iglesia, pero del que poco después renegó al ver, según contaba, «cómo se asesina fríamente a los hombres que se atreven a tener ideas patrióticas, sin importar si son de derechas, católicas o monárquicas». 'Un año con Queipo' Bahamonde había nacido en Madrid en 1894 o 1896. No está muy claro. Los datos que existen de él son los que él mismo reveló en su entrevista con ABC y en dos libros que publicó. El primero, 'Un año con Queipo. Diario de un nacionalista' (Ediciones Españolas, 1938), lo publicó al salir de España, aunque antes de que acabara la Guerra Civil. En él cargaba contra la violencia ejercida por Queipo de Llano en Sevilla, bajo cuyas órdenes había estado hasta enero de 1938, y fue reeditado por la editorial Espuela de Plata en 2005. El segundo, una obra colectiva editada en el exilio, en 1940, cuyo título era 'México es así'. A parte de esto, las anotaciones que figuran en el Centro Documental de la Memoria Histórica y el Archivo General de la Administración son meramente anecdóticas. Según indica Moisés Domínguez , en los archivos militares de Ávila, Segovia y Guadalajara tampoco aparece citado. Las diversas investigaciones realizadas por este historiador en varias instituciones, archivos locales y otros registros resultaron igualmente infructuosas. Tan solo encontró algún dato suelto en archivos o hemerotecas extranjeros. En la entrevista de ABC, realizada en La Habana, Bahamonde reconocía que había huido a la capital de Cuba después de que Queipo de Llano le ordenara viajar a Berlín con una misión. El barco en el que había embarcado en Lisboa hizo escala en Rotterdam, desde donde se escapó «para contar al mundo los horrores que había presenciado». En sus explicaciones, sin embargo, advertía: «Quiero que diga usted que sigo siendo un burgués y que mis ideas son muy moderadas. He sido siempre católico y lo sigo siendo, a pesar de que mi fe ha sufrido pruebas terribles por los crímenes que he visto cometer en nombre de la religión [...]. A un hombre de conciencia le resulta imposible justificar las matanzas organizadas por gentes que practican el asesinato invocando a Dios». La «difamación» En su libro, Bahamondes analizaba el papel de Falange y el del clero, contaba como se había producido la rebelión en Andalucía y cómo los franquistas, a los que en un principio había tomado como camaradas, utilizaban la «difamación» como si de un arma más se tratara. El capítulo siete se iniciaba así: «En el territorio sometido al mando del 'libertador' de Andalucía no rigen para nada las infinitas disposiciones dictadas por Franco y su camarilla para apoderarse de los bienes ajenos. Don Gonzalo de Sevilla ha incautado de todos los bienes pertenecientes a personas que han sido fusiladas [...]. Miseria que nadie se atreve a remediar, por temor a ser tildado de marxista. Falange, con su auxilio social, da un rancho a sus víctimas, obligando a los niños a vestir la camisa azul de los asesinos de sus padres». El capítulo más crítico de todos los que incluye en su libro es el que hace referencia a 'La represión', en el que detalla: «La crueldad de esta guerra no tiene precedentes en la Historia. Las víctimas hechas en la retaguardia superan en mucho a los muertos en los campos de lucha. Han sido inmoladas miles de víctimas de todas clases, de todas las profesiones y de todas las edades. Queipo tuvo que dar una orden para que no se fusilara a menores de 15 años. Al principio, miles de personas fueron asesinadas donde se las encontraba, muchas a las puertas de sus propias casas. Han fusilado desde sacerdotes ejemplares, hasta anarquistas platónicos, médicos, catedráticos, maestros, industriales, obreros, etc. El móvil es uno solo: el terror. El terror, como única arma para lograr el triunfo». En la introducción de la reedición de 'Un año con Queipo', el historiador Alfonso Lazo opina que el libro de Bahamonde no debe ser tomado como un trabajo de investigación, a pesar de la exactitud de los datos que aporta, sino como una obra de propaganda a favor del bando republicano: «Un escrito de guerra puro y duro, donde todos los criminales están a un lado y las víctimas al otro, pero también un documento verídico de la atroz matanza que estaba teniendo lugar en los territorios controlados por Queipo. Un documento que, aún así, debe ser puesto en paralelo con otros documentos de testigos presenciales donde se recogen las otras atrocidades, es decir, los crímenes, no menores, cometidos en el bando republicano». Queipo de Llano justificó su represión por el hecho de que contaba con muy poca gente para sublevarse en Sevilla y, a medida que iba ocupando pueblos de Sevilla y Andalucía, no podía permitirse el lujo de dejar vivos a potenciales enemigos que pudieran atacarle después. Esa excusa, sin embargo, podía ser válida en las primeras semanas de la Guerra Civil, cuando arremetía contra los republicanos en su incendiarias amenazas por radio, pero no después, cuando el bando franquista contó la ayuda de la Alemania Nazi y la Italia de Mussolini.
  5. Si las precarias trincheras que se hicieron durante la Primera Guerra Mundial eran, según los soldados supervivientes, un infierno sobre la tierra, imagínense lo que era vivir en los extraños refugios que había en las laderas verticales de los Alpes o las Dolomitas, a más de 3.000 metros de altitud, con temperaturas que podían llegar a los 35 grados bajo cero. Enclaves aislados en medio de la montaña a los que solo podía subir escalando con arneses y cuerdas, cargando pesados equipos a la espalda, en un ascenso que provocaba la muertes de muchos de los encargados de construirlos y habitarlos. Abajo, en las trincheras, donde habitaban el resto de combatientes, los soldados ya sufrían dolores impensables a causa del frío y la insalubridad. En ocasiones tenían que soportar la aparición de edemas rojos por el contacto con el agua, que mató a más hombres que las bombas. «Después de permanecer días y noches de pie en el cieno, los hombres perdían totalmente la sensibilidad en los pies. Estos, muy fríos y húmedos, se hinchaban al principio y, después, quedaban 'muertos'. De pronto empezaban a arder como si los tocaran con atizadores al rojo vivo. Cuando llegaron los relevos, muchos no podían regresar a pie, tenían que ir a gatas o sus camaradas los tenían que llevar a cuestas. Así vi a centenares de ellos y, a medida que se prolongaba el invierno, a miles», contaba el corresponsal Phililip Gibbs. ¿Por qué se añadía, entonces, más sufrimiento a los soldados en aquellos extraños lugares de la montaña? ¿Qué sentido tenía construir refugios prácticamente inaccesibles, en medio de una pared vertical, a los que los alpinistas más preparados tardaban varios días en subir? Si a ras de tierra ya se había convertido en la guerra más devastadora de la historia hasta ese momento –los cálculos más pesimistas hablan de 31 millones de muertos –, ¿por qué librar batallas en aquellos lugares olvidados? ¿Cuál era la misión que tenían que cumplir los que allí permanecían semanas o meses? La respuesta a todas estas preguntas está en lo que se conoce como la «Guerra blanca», nombre que recibió la lucha entre los soldados italianos y los austro-húngaros en la alta montaña, en condiciones climáticas extremas y en territorios casi imposible de transitar, donde la muerte por hipotermia fue el pan de cada día. Un frente hoy olvidado en las laderas y las cumbres de las cordilleras más altas que se creó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Fue tan amplio que se extendió desde el paso de Stelvio, a través de los Alpes orientales de Italia, y descendió por el valle del río Adigio hasta tocar las estribaciones de los Alpes para volver a subir, a continuación, a lo largo de las Dolomitas, la región montañosa de Comelico y los Alpes Cárnicos. A más de 3.900 metros Aquella versión gélida de la guerra llevó a los soldados al límite. Les obligaba a cavar trincheras y refugios en las rocas y a escalar paredes verticales que iban desde los 2.000 metros hasta lo más de 3.900 de la cima del Ortles, la montaña más alta de los Alpes orientales. Los combatientes de ambos bandos no solo tenían que llegar hasta allí, sino que también tenían que transportar grandes cantidades de material de guerra y piezas de artillería, para enfrentarse al enemigo entre glaciares, con medios inadecuados y mientras soportaban tormentas de nieve. De entre todos ellos, el refugio más conocido es Buffa di Perrada, ubicado en el Monte Cristallo, el pico más alto de los Dolomitas italianas. Tras décadas de dudas sobre su origen, 'The Sun' y 'The New York Post' confirmaron que había sido construido por soldados italianos en la Primera Guerra Mundial, incrustado en una pared rocosa a más de 2.743 metros de altura. Se trata de un espacio muy pequeño que los combatientes usaron para almacenar suministros, obtener ventaja estratégica sobre los austrohúngaros, protegerse de las inclemencias del tiempo y descansar de la lucha. Hoy en día se puede acceder al lugar por una vía ferrata equipada con escaleras de acero, peldaños y cables integrados en la montaña. Sin embargo, incluso en unas condiciones algo mejores y sin bombas cayendo sobre tu cabeza, los alpinistas más expertos advierten que el recorrido hasta el refugio es todavía muy peligroso y requiere un «alto nivel de condición física». Pero no es el único. En el camino que lleva a este misterioso enclave que estuvo abandonado durante un siglo, se pueden encontrar varios refugios de guerra más que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2009. Imagen del refugio Buffa di Perrada, en los Dolomitas Hambre En esas condiciones, la guerra era infinitamente más complicada que en el mar y los núcleos de población. En esa región todavía hoy el clima cambia rápidamente y las tormentas son frecuentes, no sólo en los meses más fríos. Además, no debemos olvidar que los inviernos de 1916 y 1917, en los que la Gran Guerra vivía uno de sus peores momentos, fueron los más nevosos del siglo, con precipitaciones totales que superaron los 16 metros. Esto hizo todavía más difícil que las tropas resistieran a esa gran altitud y los soldados se vieron obligados a excavar en la nieve para no quedar sepultados. La nieve no solo limitó los movimientos, sino que dejó a guarniciones enteras completamente aisladas durante semanas, agravando el hambre que sufrían los soldados y sufriendo las dimensiones estrechas de estos extraños refugios. El hedor de la lana mojada, mezclada con el humo de las estufas y sin apenas alimentos, hacía la vida allí un verdadero ejercicio de supervivencia. De hecho, se calcula que durante la Guerra Blanca, dos tercios de los fallecidos eran víctimas de todos estos factores, mientras que solo un tercio caían como consecuencia de las acciones militares directas. Cuando el Ejército italiano abandonó estas montañas en 1918, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, el agua entró por el techo e inundó algunos de estos refugios. A continuación se crearon bloques de hielo que condenaron al olvido las guaridas. Sin embargo, con la aceleración del cambio climático y sus efectos sobre las grandes nevadas de antaño, ha hecho que volvieran a aparecer algunos de ellos en las paredes hace dos años. En concreto, un grupo de arqueólogos e historiadores pudieron acceder y estudiar uno ubicado en el monte Scorluzzo, en mayor de 2012. Camas, sillas, linternas, postales, monedas, huesos de animales y cartas de familiares son algunos de los objetos que encontraron. «Es como una máquina del tiempo. Hemos encontrado en condiciones perfectas más de 300 objetos que pertenecían a una veintena de soldados», explicó a la CNN el profesor de la Universidad de Bérgamo, Stefano Morosini. Aunque pueda parecer inverosímil, el también coordinador de proyectos de patrimonio cultural del Parque Nacional del Stelvio aseguró que la situación en las montañas de estos refugios fue clave durante la Gran Guerra, gracias a su posición en la frontera entre Italia y Austria.
  6. Cinco jornadas de periplo político –véase camino de lágrimas– ha necesitado Pedro Sánchez para meditar su decisión . Menos de una semana de concentraciones por aquí y allá, de tertulias y focos periodísticos. Y para quedarse igual... Nada que ver con el tiempo que necesitó otro político, don Estanislao Figueras y Moragas, entonces presidente de la Primera República, para mandar a esparragar a todos sus compatriotas al son de una frase que ha cruzado montañas y libros de historia desde junio de 1873: «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros». La suya fue una espantada en toda regla; sin medias tintas ni balas de fogueo. Bronca electoral La pesadilla de don Estanislao, la última al menos –ya llevaba el hombre sus disgustos previos–, comenzó en el verano de 1873. Mayo dejó unas elecciones anémicas en las que primaron la apatía y la alta abstención. En Madrid acudieron a las urnas un 28% de los convocados; en Cataluña, apenas el 25%. Ganaron los federales, pero la nube de tensión se masticaba. El 1 de junio, el que fuera presidente del Poder Ejecutivo lo dejó claro en el discurso de apertura de las Cortes Constituyentes, aunque también insistió una y otra vez en sus esperanzas en la República: «Ayer éramos aún esclavos […] procuremos con verdadero espíritu político arraigar esta libertad de conciencia». Alejandro Nieto, catedrático de derecho, ex presidente del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y autor de 'La Primera República Española' –una de las pocas obras sobre este período escrita en el último siglo–, entendía este rechazo a las elecciones por parte de los españoles. En declaraciones a ABC allá por 2022, afirmaba que «las diferencias entre republicanos unitarios y federales no calaron en la gente porque, a la sociedad, aquello le sonaba a música celestial». Y no le falta razón. «El 90% de los ciudadanos desconocía lo que era una y otra cosa. ¿Para qué ir a votar eso si no sabían lo que les preguntaban? Al final se quedaron en casa», sentencia. Noticia Relacionada estandar No Las mentiras del imperio que arrasó a los espartanos de Leónidas: «Los persas no eran brutales» Manuel P. Villatoro El catedrático de Historia Antigua Lloyd Llewellyn-Jones analiza en 'Persas' el auge y la caída en desgracia del que, en sus palabras, fue la mayor superpotencia de la Antigüedad Para colmo, como su sustituto fue elegido Francisco Pi y Margall , con el que don Estanislao albergaba fuertes diferencias. Así lo afirma la historiadora María de los Ángeles Pérez Samper en un dossier sobre este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia. La autora es partidaria de que los cambios en la cúpula política terminaron por provocar «una crisis que de la Asamblea trascendió a la calle y obligó a Figueras a permanecer hasta la tarde del 10 de junio al frente del Gobierno». Fue entonces cuando el catalán informó de que abandonaría el país para evitar ser un obstáculo para él y para el país. De regreso a las Cortes presentó su dimisión, pero no fue aceptada. Frase controvertida Hete aquí que se habría sucedido la famosa frase. La leyenda afirma que fue ese mismo día 10 cuando el primer presidente de la República, harto ya de puñaladas amigas y enemigas, estalló en cólera durante una reunión del Consejo de Ministros y soltó el improperio: « Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros ». Aunque parece que lo hizo en catalán, su lengua materna: «Senyors, seré sincer: estic fins als collons de tots nosaltres». El mito varía, pero la versión más extendida es que después afirmó que iba a dar un paseo por el Retiro para despejarse. En realidad fue a la estación, donde se subió a un tren que le llevó hasta Francia. En la práctica, don Estanislao se marchó también de España con un objetivo en la mente: dejar el camino libre al siguiente presidente. Evitar, en definitiva, ser un escollo para su sucesor. «Sacrifiqué a sabiendas mi reputación al partido, arrojando a la calle mi vida pública de más de treinta años», se justificó poco después. El episodio de su exilio fue recogido incluso por Benito Pérez Galdós en sus famosos 'Episodios Nacionales'. En el tomo dedicado a la Primera República, el literato explica que «Estanislao Figueras, enojado por la frialdad de Pi i Margall en una entrevista que ambos tuvieron, cogió el tren sin decir nada a nadie, y de un tirón se plantó en Francia». Nadie se explicó aquellos días lo sucedido. Para el autor fue un verdadero «chasco» que se marchara «aquel hombre tan entendido, ingenioso, simpático y buen orador». Siempre según su escrito, hasta pasadas veinticuatro horas no se tuvo noticia cierta de la fuga. «Del estupor que sentí ante suceso tan grave, que era el mayor descrédito de la Causa, me puse malo», explica. Verdad o mito ¿Qué hay de verdad en la leyenda? Nieto, en declaraciones a ABC, era partidario de que esta es una de las muchas frases que se atribuyen a personajes famosos sin saber a ciencia cierta si salieron por su boca o no. «Es posible que la dijera, pero no se puede probar porque carecemos de testigos directos», añade. En sus palabras, ningún periódico de la época contó la noticia. Los archivos digitales de la Biblioteca Nacional le dan la razón: ni un solo resultado. Ni en castellano, ni en catalán. «No aparece en los diarios, ni hay ninguna referencia a ella. Se pudo generalizar en las cenas políticas de la época, pero que no sabemos de dónde viene», completaba. A cambio, lo que se sabe a ciencia cierta es que don Estanislao se marchó a Francia hastiado, entre otras cosas, por la reciente muerte de su esposa. «Quedó constancia de que compró los billetes porque se lo encargó a su secretario particular, al que le pidió secreto absoluto. Él fue el que acudió a la estación a adquirirlos. Se supo después porque el secretario dejó constancia de ello», sentenciaba Nieto. El experto español también estaba seguro de que don Estanislao estaba agotado de la política. Y con razón, pues había combatido durante años por el advenimiento de una Primera República desunida y en la que volaban los cuchillos. «Claro que estaba harto. Él había sido el republicano que más había luchado porque llegara el nuevo sistema político. Hizo muchos esfuerzos para ello. Por eso le hicieron presidente de forma inmediata. Pero después se dividieron y le impidieron gobernar. Los suyos fueron los que más le entorpecieron, y por eso estaba cansado. Lo curioso es que los enemigos de la Primera República le dejaron en paz y no le atacaron durante los primeros meses; los monárquicos, por ejemplo», completaba a ABC el autor. Y aún dice más el ex presidente del CSIC: «Fue la República la que se destruyó a sí misma». Generalizada ¿Cómo es posible que una frase marginal de esta guisa se extendiera hasta límites insospechados a pesar de que se desconocía su origen? Nieto lo tenía claro: «Es muy gráfica y explícita. Si hubiera dicho 'estoy de los míos hasta la coronilla' no se habría popularizado». El autor tampoco cree que el improperio haya elevado a los altares a don Estanislao, aunque sí está de acuerdo en que le ha permitido ganarse un pequeño hueco en las páginas de la historia. «Otra de las claves es que se retiró de forma voluntaria cuando se cansó de todo, y eso suele hacer que un personaje caiga bien», finalizaba. De hecho, no se suele explicar qué sucedió con él tras su partida a Francia. Más allá de aquellas palabras, poco importa a los españoles. Noticias Relacionadas estandar No El lado más íntimo de Lenin: ¿virgen y reprimido sexual, o pervertido obsesionado por los tríos? Manuel P. Villatoro estandar No Isabel San Sebastián: «¿El feminismo actual, de izquierdas, reivindica a personajes como la Reina Urraca? Ni mucho menos» Manuel P. Villatoro Pero su historia no acabó en el país vecino. Es cierto que, en principio, el político no pensaba volver a España. Sin embargo, no tardó en regresar de su exilio para tratar de paliar los problemas que atravesaba el nuevo sistema. Su aventura fue tan corta como el exilio anterior. En 1874, tras la restauración monárquica, don Estanislao se vio obligado a salir del país. Abandonó la política durante meses, aunque en 1875 quiso participar en las conspiraciones para proclamar una «república sin calificativos» en España. «En 1880 pretendió la creación del Partido Republicano Federal Orgánico, en contra del federalismo pactista de Pi y Margall, aunque también con el fin de trabajar a favor de lograr la unión republicana», añade, en este caso, Samper. En esas le atropelló la Parca. Estanislao i Figueras, el hombre que había traído la Primera República a España, enfermó y tuvo que relajar sus deseos de convertirse en el líder de la nueva oposición a la Monarquía. La muerte le llegó el 11 de noviembre de 1882.
  7. El primer fusilado por los milicianos del Frente Popular en San Sebastián fue Ramón Sáenz de Pinilla, un abogado de Murcia que se encontraba en la capital guipuzcoana, de casualidad, cuando se produjo el golpe de Estado de 1936 . Según los testimonios de la época recogidos por el historiador Guillermo Gortázar en su último ensayo, 'Un veraneo de muerte' (Espuela de Plata), la víctima se encontraba pescando tranquilamente en el Paseo Nuevo, «cuando alguien tuvo la mala idea de decir que era un espía dedicado a hacer señales a los barcos, para que enfilaran bien su cañoneo contra el Hotel María Cristina». Aquel bulo bastó para que, recién comenzada la Guerra Civil , lo detuvieran y ejecutaran. «San Sebastián... Ver Más
  8. Suena lejano; suena exótico. Cuenta a ABC el catedrático de Historia Antigua Lloyd Llewellyn-Jones que el Imperio persa ha sido víctima de un desprecio generalizado por parte de sus colegas. Y tiene delito, porque fue «el más grande de la Antigüedad». Mucho más que el romano o el griego. «Deberíamos aprender de él en los colegios, en lugar de poner una barrera de separación entre Oriente y Occidente», sentencia. Por eso presenta estos días ' Los persas. La era de los grandes reyes ' (Ático de los libros). Porque ya tocaba demostrar que los monarcas aqueménidas han estado teñidos de un oscurantismo azuzado por cronistas progriegos de la talla de Heródoto. Lloyd no esconde sus verdades, aunque sabe que irritan a muchos estudiosos. Al otro lado de la cámara –cosas de la distancia–, el galés aúpa al Imperio persa y reparte más de una bofetada a las legiones . «Originó, por primera vez, un diálogo internacional, ya que eran déspotas ilustrados». Mantiene que no anhelaban imponer su lengua, costumbres y religión a los pueblos conquistados, como sí hicieron los romanos. «Los reyes procuraron mostrarse como defensores activos de los cultos locales, aunque solo fuese para garantizarse el control de los ricos templos», desvela. No eran brutales, sostiene; tampoco sanguinarios. O, al menos, no más que sus colegas griegos. Pero la lejanía ha generado sobre ellos una leyenda negra difícil de apartar. –¿Se tiende a borrar al Imperio persa de la historia? Ignorar sus 350 años de existencia es no hacer justicia a la historia antigua. Los persas estuvieron al frente del mayor imperio que el mundo había conocido. Abarcaron la fase final del poderío egipcio, la expansión romana, la grandeza griega... Todos se enfrentaron a ellos. No debemos ignorarlos hoy porque, en la antigüedad, nadie podía permitirse el privilegio de ignorarles. Noticia Relacionada estandar No De Alejandro Magno a los mayas: la explicación histórica del terror a los eclipses Manuel P. Villatoro Desde el siglo XI a.C. han sido sinónimo de desgracias y malos augurios, aunque es cierto que un personaje como Cristóbal Colón se valió de ellos para evitar ser masacrado por sus enemigos –De hecho, la imagen que tenemos del Imperio persa es la de un enemigo clave de Alejandro Magno, y poco más... Sí. Alejandro se dio cuenta de que este Imperio era una superpotencia y de que, si quería conquistar el mundo, tenía que plantarle cara. No era una cultura que le resultara desconocida porque Macedonia había formado parte de él durante cien años. Pero no contaba con una cosa: cuando derrotó a Darío III, aquella cultura le conquistó. Empezó a vestirse con ropas persas, impuso en sus dominios la práctica de prosternarse ante el rey... Esta persianización fue habitual. Todos aquellos que entraban en el territorio la sufrían, desde los mongoles hasta los turcos. –Ya que hablamos de Alejandro. ¿Cómo fue el choque militar entre ambas potencias? Tenían técnicas de combate muy diferentes. Se ha dicho que los persas no contaban con una idea militar coherente, pero es falso. El ejército aqueménida era una apisonadora. Sí que es cierto que Alejandro aportó un nuevo estilo de lucha occidental basado en la falange de hoplitas y en la sarisa, una jabalina muy larga que impedía al enemigo acercarse. A cambio, la columna vertebral de los persas era su caballería. Eran los mejores jinetes del mundo antiguo. ¿Por qué perdieron? Darío trató de adaptarse a las tácticas de su enemigo, y no tuvo mucho éxito en ello. –¿Los mejores jinetes del mundo antiguo? Ese es un título que se han atribuido muchos guerreros a lo largo de la historia... Toda su cultura se basaba en el caballo. Habían sido un pueblo estepario, de grandes criadores de caballos. Y el equino era un elemento central de su cultura. Un ejemplo era el sacrificio de sementales blancos. El mismo Darío el Grande se definió como el mejor lancero, arquero y jinete de su pueblo. Eso te da una muestra de los tres aspectos que tenía que dominar un persa para tener éxito. –Sorprende, porque el capítulo del enfrentamiento entre Darío y Alejandro lo construye desde el punto de vista persa. Sí. Por eso fue el más duro de escribir. Pero tiene un sentido. Cuando hablamos de Alejandro es muy difícil acercarnos a su vida de forma objetiva. Es un personaje idealizado porque su biografía nos ha llegado en escritos que no eran contemporáneos, sino elaborados dos siglos después. También hay un vacío en las fuentes. Se da una sobreabundacia de elementos tardíos mitificadores, y una escasez casi absoluta de las fuentes persas. Cuando mis alumnos me dicen que les encanta Alejandro Magno, les respondo que tengan cuidado, porque para estudiarle deben abrirse paso a través de las mentiras históricas y las leyendas repetidas mil veces. El autor, en una fotografía cedida por la editoral ADLL –¿Cómo se construye el relato desde el punto de vista de Darío? Intenté centrarme en lo que la invasión de la soberanía del territorio pudo significar para Darío. Para ellos fue un golpe en muchos sentidos. Los persas pensaban que el dios 'Ahura Mazda' les otorgaba grandeza y poder. Y entendían que el rey, que era también el líder religioso, era una suerte de delegado de esta deidad y debía ser el representante también de la verdad, la tolerancia y la bondad. Cualquiera que se rebelara contra el monarca, por tanto, perpetraba un acto de mentira. Así que, cuando Alejandro invadió Persia, fue visto como un monarca mentiroso y que no merecía respeto. La sociedad era dual; estaba formada por personas con un orden cósmico dirigido a nivel divino. Pero no pasó solo con el macedonio, ocurrió lo propio con Jerjes I. –¿También se consideraba a Leónidas un rey mentiroso? Por descontado. En ese sentido, intento exponer la invasión de Jerjes I desde un punto de vista diferente. Mi objetivo es erradicar los mitos que expandió Heródoto. La clave es que la de las Termópilas fue una batalla en la que el Imperio persa venció no solo a nivel militar y político, sino también divino. ¿Por qué? Porque, desde su punto de vista, acabaron con un monarca mentiroso que había contrariado a 'Ahura Mazda'. Para ellos fue una prueba teológica de su grandeza. Pero eso no les convierte en brutales. –Afirma que la identidad persa estaba orientada de manera bipolar... Todo el pensamiento persa se basaba en dualidades. Estaba el bien y el mal; la mentira y la verdad. Había una lucha cósmica. Un ejemplo: 'Ahura Mazda' había creado el mundo y, a su vez, al monarca para que lo gobernara. Consideraban que, fuera de sus dominios, existía un caos que dios no quería, pero difícil de erradicar. Lo más llamativo es que el suyo era un imperio relativamente liberal que jamás impuso su cultura a otro pueblo, como sí pasó con Roma, Gran Bretaña o España. Les toleraban mientras no se rebelaran y adoptaran ese concepto de verdad. Lo importante era la noción de equilibrio, lo que no quita que fueran también señores perversos que aplacar con represión, sangre y acero las revueltas. Pero es algo que hicieron también otros tantos imperios. –¿Qué diferencias hubo entre los imperios romano y persa? Las principales están detrás de la construcción imperial. Los primeros se basaban en la romanización: del muro de Adriano a Siria, sus ciudadanos podían considerarse romanos. Y les sucedía igual con los pueblos sometidos. La clave es que instauraban su cultura a través del mecanismo estatal. Si querías ser alguien en la administración, debías saber latín. Los persas, en cambio, no impusieron ni su religión, ni su cultura, ni su estilo arquitectónico. Dejaron que cada pueblo funcionara de forma autónoma mientras se sometiera. –¿Y similitudes? Muchas. Las principales fueron su forma de entender el sistema de carreteras para favorecer el fácil acceso a todo el imperio. Pusieron muchos recursos para que la comunicación fuera rápida tanto por tierra como por mar, donde contaron con el impulso de los fenicios. –¿Cómo es posible que fueran tan tolerantes los persas? Así era. Las diferentes zonas que componían el Imperio funcionaban con cierta autonomía a nivel social, pero respetando siempre las tradiciones persas. El gobierno de las satrapías, que eran entidades regionales, se apoyaban en miembros de las dinastías locales. Ellos ejercían el Gobierno como se había hecho antes de la conquista, pero rendían cuentas ante el sátrapa persa. –¿Podría ponernos un ejemplo? El más claro fue el de la satrapía de Egipto , que se contaba entre las más importantes. En ella los persas se adaptaron al estilo faraónico de gobierno y, a la larga, la identificación entre los grandes reyes y los faraones fue completa. Me gustaría recalcar esta habilidad para adaptarse. Mientras los pueblos pagaran impuestos y no se rebelaran, los invasores no iban más allá. Además, para favorecer esa unión se valieron de una lengua franca, el arameo. Esta abrió la comunicación sin desmerecer el resto de dialectos. Fue un elemento unificador estupendo. Noticias Relacionadas reportaje Si El campamento (que hoy es una ciudad) desde el que los Reyes Católicos arrancaron el Imperio Manuel P. Villatoro estandar No Isabel San Sebastián: «¿El feminismo actual, de izquierdas, reivindica a personajes como la Reina Urraca? Ni mucho menos» Manuel P. Villatoro –¿Cree que, si los persas hubiesen mantenido Grecia durante más tiempo, la habrían destruido? Es algo que se preguntan muchos historiadores griegos. ¿Habrían acabado los persas con la cultura, el arte y la música? No lo creo, y lo afirmo acorde a lo que pasó en otros lugares. Al final se adaptaban y no se limitaban a erradicar al enemigo. Las ciudades de Éfeso y Mileto son un ejemplo claro. Eran dos jóvenes democracias que, tras ser conquistadas, continuaron siéndolo. El Imperio podía tolerar las tradiciones extranjeras. La imagen que tenemos de ellos como destructores es falsa y el mito de este y oeste es muy dañino. –¿Eran los griegos y los persas tan diferentes? En realidad no. Solemos olvidar que los griegos recibieron mucho de los persas: objetos de lujo, mobiliario, vestidos, esclavos, la costumbre de los eunucos... ¿Por qué esta retórica de compartimentos estancos? No es real, ni lo fue.
  9. Vladimir Illich Ulianov , más conocido por su nombre de guerra: Lenin, tuvo una relación extraña con sus más bajos instintos. Los que le conocieron bien lo dejaron sobre blanco: su vida en la alcoba era algo oscura y sus relaciones evolucionaban de la pasión al cariño paternal en un suspiro. Hasta tal punto, que, como explicó Federico Jiménez Losantos en una entrevista con 'Vanity Fair' en 2018, Leon Trotsky había apuntado su posible virginidad. Y no porque no hubiera mantenido un puñado de relaciones, sino porque los desmanes en la cama le atraían lo mismo que el régimen zarista. Lo suyo, y eso sí que es seguro, era la revolución. Reprimido sexual Después de casi un año en prisión, Lenin fue juzgado y deportado a Siberia en 1887. Allí pasó tres años que no fueron del todo malos, pues los sufrió junto a una de sus admiradoras: Nadejda Krupskaia . Una mujer que, a pesar del frío y las malas condiciones, decidió pasar con el líder revolucionario su exilio. Ambos se casaron en el verano de ese mismo año. Sin embargo, la explosión de amor que vivieron en primera instancia no duró demasiado y terminó transformándose en complicidad y cariño. Así lo afirma la historiadora Diane Ducret en 'Las mujeres de los dictadores' : «Muy pronto el deseo se desvaneció. Lenin pareció dejar su libido a un lado durante varios años, pues prefería invertir su energía en la tarea revolucionaria». En palabras de la experta, Nadia vivió entonces una situación difícil en lo que respecta a su feminidad. Un sentimiento que se acrecentó cuando supo que, por un problema médico, tendría serias dificultades para dar un hijo a su esposo. Noticia Relacionada estandar Si De «secta minoritaria» a religión masiva en mil años: los secretos del cristianismo para dominar Europa Manuel P. Villatoro El profesor Peter Heather analiza en 'Cristiandad. El origen de una religión', los factores que llevaron a esta fe a adquirir un papel predominante en el viejo continente «Siberia acabó con su vida íntima [la de ambos], pero a cambio les dio una complicidad que duraría hasta la muerte. A partir de entonces, Vladimir jamás podría separarse ni un solo día de ella», añade la historiadora. En lo que a sexualidad se refiere, la vida entre ambos no mejoró después de la liberación de Lenin. Ni en Zúrich primero, ni en París después, pasaron mucho tiempo a solas. Por el contrario, el revolucionario prefería dedicar las horas que podría haber invertido en sus relaciones íntimas, a la Revolución. La misma Nadia así lo dejó escrito en multitud de cartas, como bien recoge la historiadora en su obra: «Para encontrar un momento de intimidad y estar a solas con él, Nadia no tenía más remedio que arrastrar a Lenin hasta el Jardín público de la esquina». La mujer, en sus misivas, tampoco escondió su frustración y el aburrimiento que, en ocasiones, sentía al estar con su esposo: «Por la noche no sabíamos como matar el tiempo. No teníamos ningunas ganas de quedarnos en nuestra habitación fría e incómoda, y salíamos todas las noches al cine y al teatro». Su posterior viaje a Francia no modificó nada la situación. De hecho, en él quedó claro que Lenin no había cambiado ni un ápice en ningún ámbito de su vida. Ejemplo de ello es que, aunque por entonces ganaba algo de dinero escribiendo artículos, en diciembre de 1908 volvió a pedir dinero a su madre para alquilar una vivienda de la que se había encaprichado en París . Más y más monedas a pesar de que ya casi rozaba las cuatro décadas de vida. En los meses posteriores, además, recibió multitud de paquetes de su madre. En ellos, María le envió desde tocino, hasta pescado ahumado, jamón o mostaza . «Golosinas», como señala Ducret, para que a su pequeño no le faltase absolutamente de nada. Por si aquella fuese una situación poco extraña para Nadia, la esposa de Lenin tuvo que ver como su marido se echaba una amante frente a sus narices durante la estancia de ambos en París. La nueva pareja del revolucionario fue Inessa Armand , una chica cuatro años menor que él que cautivó a nuestro protagonista. Lo más preocupante es que la mujer que había pasado más de tres años en Siberia junto a Vladimir tuvo que convivir desde ese momento junto a la amante de su esposo. El historiador español Iñigo Bolinaga afirma en su obra 'Breve historia de la Revolución rusa' que Nadia conocía la relación de su marido con Inessa. «Armand fue amante de Lenin, con el conocimiento de su esposa. El mito del líder-héroe de moralidad intachable que quiso legar el estalinismo se rompe entonces para dar paso a un hombre lleno de pasiones y debilidades». Desde que conoció a Inessa, Lenin inició una relación con ambas. Nadia, de hecho, llegó a proponerle en varias ocasiones que se fuera con su nueva amante. Sin embargo, el revolucionario se negó, pues siempre consideró a la que oficialmente fue su esposa como un pilar básico de su vida. Al final, parece que los tres se acostumbraron a esta extraña situación. Ducret llega a tildar al líder revolucionario, a Nadia y a Inessa como un trío cuyo pegamento no solo era nuestro protagonista, sino también la buena relación de amistad que mantenían ambas. A ellas, de hecho, les unía el carácter y su pasión por el feminismo. Este raro triángulo amoroso queda definido en una carta escrita por la misma Nadia: «Todos queríamos mucho a Inessa, siempre parecía estar de buen humor. Todo parecía más cálido y más vivo cuando ella estaba presente». Machista Ya con aquellas dos mujeres de la mano, y después de cientos de discursos hablando de revolución e injusticias, Lenin comenzó a ganarse una legión de seguidores a comienzos del siglo XX. Lo curioso es que muchos de ellos eran mujeres que se sentían atraídas, como afirma Ducret, «de forma hipnótica por él». Nuestro protagonista, sabedor de que era como un imán para el sexo opuesto, explotó esta faceta haciéndose pasar por un defensor del feminismo. «No puede haber un verdadero movimiento de masas sin las mujeres», solía señalar. Sin embargo, la realidad es que apoyaba el levantamiento de las hembras en el trabajo, y no en el ámbito sexual. La autora afirma que su forma de actuar da a entender que no tenía empatía por el sexo contrario. Así lo demuestran varios comentarios que hizo sobre la liberación sexual de la mujer: «Considero esa superabundancia de teorías sexuales, la mayor parte de las cuales son hipótesis, y a menudo hipótesis arbitrarias, como procedentes de una necesidad personal de justificar ante la moral burguesa la propia vida anormal o hipertrofiada». No se dejó influir, ni quiera, por las teorías de Freud ni de sus seguidores, como él mismo señaló: «El texto más difundido en este momento es el folleto de un joven camarada de Viena sobre la cuestión sexual. ¡Chorradas! La discusión sobre las hipótesis de Freud le confiere un aire 'culto' e incluso científico, pero en el fondo no es más que una vulgar redacción escolar». A su vez, Lenin se dedicó a cargar contra la idea de la libertad sexual. Y es que, para él, aquello era una mera excusa burguesa para satisfacer los más bajos instintos. «Aunque yo no sea un asceta, esa pretendida 'nueva vida sexual' de la juventud —y a veces también de la edad madura— me parece puramente burguesa, como una extensión del burdel burgués. [...] Sin duda conocéis esa famosa teoría según la cual la satisfacción de las necesidades sexuales será, en la sociedad comunista, tan sencilla vaso de agua ha enloquecido totalmente a nuestra juventud». El líder revolucionario llegó a señalar que las mujeres no podían aspirar a una liberación sexual debido a que no contaban con «conocimientos profundos y variados sobre el tema». A Clara Zetkin, una popular teórica del feminismo, le espetó que jamás había conocido a una hembra capaz de leer 'El Capital', consultar un horario de trenes o jugar al ajedrez. Así lo afirma, al menos, la autora en su obra 'Las mujeres de los dictadores'. Noticias Relacionadas estandar No Habla el descendiente del héroe que detuvo Paracuellos: «La República reprimió a los obreros» Manuel P. Villatoro estandar No «Fue igual de importante que Lepanto» La batalla que frenó el avance musulmán en Europa Manuel P. Villatoro A pesar de todo, Lenin solía estar rodeado siempre de mujeres. Al parecer, porque se fiaba más de ellas que de los hombres. Así lo afirmaba Danilkin en una entrevista a un medio internacional: «Era un polemista. Daba mucha importancia a los matices, a las pequeñas diferencias. Por eso su entorno le detestaba. Era un compañero poco fiable. Por ejemplo, cuando era presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, en una sesión podía apoyar un punto de vista, pero cambiar de opinión con facilidad poco después. Se puede decir que no tenía amigos. Sin embargo, esto quedó compensado con una gran cantidad de amistades femeninas».
  10. «Orestes nunca ha tocado el mar, solo lo ha visto de lejos. El mar es grande y no se acaba, como el hambre, por eso no tiene miedo de adentrarse en él, porque el hambre quita el miedo a casi todo». Así describe Bibiana Candia al que es uno de los protagonistas de Azucre' (Pepitas de Calabaza), la novela que publicó hace dos años. En ella cuenta la triste y olvidada historia de un un grupo de jóvenes desesperados que se vieron obligados a abandonar sus hogares en Galicia y marchar a Cuba, en 1853. El objetivo de estos emigrantes gallegos no era otro que poder ganarse la vida en las plantaciones de caña de azúcar que había en la isla a mediados del siglo XIX. Su barco zarpo hacía el Caribe, en el mes de diciembre de ese mismo año, cuando su comunidad vivía uno de los inviernos más lluviosos de la historia. Las tormentas estaban destrozando las cosechas y una epidemia de cólera causaba estragos entre la población. Ya no podían más, no tenían nada que echarse a la boca, y se marcharon, de la misma forma que un siglo más tarde otros muchos españoles fueron a Alemania en busca de una vida mejor. En su novela, Candia recuperaba la historia real de 1.744 gallegos que cruzaron el Atlántico para trabajar en las tierras de Urbano Feijóo Sotomayor , pero que acabaron siendo vendidos como esclavos y trabajando en condiciones infrahumanas, como si de una prisión se tratara. El terrateniente era un diputado de Orense que aprovechó la situación de necesidad de sus paisanos y promovió una campaña de colonización. Les prometió mucho dinero y unas condiciones de trabajo dignas, con el objetivo de sustituir a la mano de obra que había llegado desde África y había comenzado a reclamar sus derechos en pequeñas rebeliones. Noticia Relacionada La guerra que no fue estandar No El plan de EE.UU. para invadir España en el siglo XX que no ejecutaron Israel Viana Estuvo durante varios años encima de la mesa del despacho oval, en la Casa Blanca, a la espera de que varios presidentes lo aprobaran y pusieran en marcha Para su empresa, Feijóo Sotomayor contó, incluso, con el apoyo del Gobierno, que le concedió una cuantiosa subvención. Lo que no se imaginaron los desdichados gallegos es que su nuevo destino les tenía reservado un calvario. «El Villa de Neda sale del puerto de La Coruña como sale una procesión en Jueves Santo, orgullosa, sin darse cuenta de que, en realidad, va a celebrar la muerte. El océano, sin embargo, que en eso demuestra ser maligno, deja entrar al barco como quien abre una puerta secreta y lo acoge como lo haría un enemigo íntimo», se advierte también en 'Azucre'. «Fraudulenta y criminal» «Lo que me impulsó a escribir la novela es que era una historia desconocida no solo en España, sino en Galicia, donde tenemos una tradición oral muy profunda y un orgullo de la emigración muy grande. Me impactó que una tragedia así no se hubiese grabado en nuestra memoria colectiva y me obsesioné con ella», explicaba Candia en 2022 sobre esta trama «fraudulenta y criminal» que causó un gran escándalo en la prensa de mediados del siglo XIX e, incluso, se discutió en las Cortes, aunque luego cayó en el olvido. En la actualidad, los únicos vestigios que quedan son tres cartas enviadas a España por algunos de estos esclavos gallegos y conservadas bajo acceso restringido en el archivo del Congreso de los Diputados; una serie de documentos custodiados en el Archivo de la Emigración Gallega, que demuestran la implicación directa de Feijóo Sotomayor, y las listas de los pasajeros que iban a trabajar a Cuba, estas últimas compradas por un historiador, de casualidad, en eBay. «Cuando las pruebas salieron a la luz en octubre de 1854, Feijóo aseguró que no sabía nada y que se trataba únicamente de un comportamiento residual, pero no era cierto. Se abrió un debate sobre si la esclavitud era moralmente correcta y un periódico de Madrid, 'El Clamor Público', hasta publicó una carta de la comunidad gallega que vivía en Nueva York, exigiendo al Gobierno español que auxiliara a sus compatriotas», apuntaba la autora. Los casi dos mil trabajadores que emigraron bajo la promesa de Feijóo fueron tratados como bestias durante el año que duró su triste aventura. Trabajaban de sol a sol aún estando enfermos, apenas les daban de comer, los encerraban en barracones como si fueran presos, los golpeaban con látigos para que trabajaran más y, además, no vieron un duro. Hasta se usaron cepos contra los que se quejaban, que Candia describía así en su novela: «Es como una trampa para ratones del tamaño de un hombre. Dos tablas de madera con un hueco para la cabeza y dos para las manos. El castigo era sencillo: quedarse ahí, con la cabeza atrapada y colgando, el cuerpo encorvado, sintiendo durante horas que la sangre se queda estancada y no circulaba. Aquella postura les provocaba llagas en el trasero por no moverse durante días». 500 muertos El siniestro diputado ya había advertido la posibilidad de negocio en uno de sus escritos: «Un gallego ha de hacer el mismo trabajo que dos negros por el precio que cuesta un esclavo». La realidad, sin embargo, no era tan sencilla. En el informe realizado durante la investigación del Gobierno se detallaba que, de los 1.700 pasajeros gallegos emigrados para trabajar con Feijóo, 500 habían muerto en octubre de 1854. «Son muchísimos fallecidos –subrayaba Candia–. Aún así, entiendo que no haya casi testimonios, porque estoy seguro que a los supervivientes les avergonzó contar que habían sido engañados y lo que habían sufrido. En esa época era una vergüenza horrorosa volver pobre a tu tierra después de haber emigrado. Nadie quería contar la tragedia a las futuras generaciones». Feijóo se justificó de mil maneras en las Cortes, pero sabía que no le podía pasar nada porque contaba con inmunidad parlamentaria. Este llegó a decir que «los gallegos eran unos vagos y que solo querían comer, que había que ser más duro con ellos», cuenta la escritora. Mantuvo esa postura, incluso, cuando se escapó con la subvención de la Junta de Fomento de Cuba a España. La única consecuencia fue que tuvo que cerrar su empresa, porque ni siquiera indemnizó a las miles de familias que sufrieron los abusos. El Gobierno decretó que, si alguien quería denunciarlo, debía hacerlo individualmente por el sistema de arbitraje de la isla. «Como te puedes imaginar, nadie lo hizo. La mayoría ni siquiera sabía leer ni escribir. Este episodio debería enseñarnos a mirar al pasado para hacernos más preguntas sobre lo que sufrieron nuestros antepasados emigrantes. Los que cumplían el gran sueño americano del indiano eran el 1%. Casi nadie conseguía enriquecerse. La emigración que los gallegos y los españoles vivieron en los siglos XIX y XX fue una historia de supervivencia, no de enriquecimiento. No hay que olvidar que la gloria muchas veces se sostiene sobre tragedias», concluía la novelista.