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«' El entusiasmo ' pretende tratar con humor e ironía el tema de la pareja, los hijos y la crisis de la mediana edad, a la vez que construye un artefacto teatral con la ambición y el juego propios de la novela posmoderna». Esta es la definición que hace Pablo Remón de su obra 'El entusiasmo', que se estrena hoy en el Teatro María Guerrero (estará en cartel hasta el 28 de diciembre), dentro de la programación del Centro Dramático Nacional. El propio Remón dirige la función, que interpretan Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas . La obra se desarrolla a partir de las circunstancias de una pareja que ronda los 45 años, Toni y Olivia, profesor...
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La divinidad 'subespontánea' significa para la pareja de ' Carne humana ' la clave del porvenir. Se trata de adoptar una criatura en países subdesarrollados o con conflictos bélicos y participar de su eclosión genial… o divina. Si el niño ucraniano del vecino está pintando la Capilla Sixtina en el techo de su cuarto, el hijo de ellos podría ser un epígono de Cristo, capaz de andar sobre las aguas de la piscina, provocar lluvia o multiplicar las raciones de Nocilla en una fiesta infantil. Si no es así irán a por otro en otro lejano país… Josep Julien retorna a su faceta autoral un año después de aquella ' La noche del pez kiwi ' que puso en el Lliure por estas mismas fechas. El protagonista de aquel monólogo es un actor que prepara un casting para el ' Titus Andronicus ' de Shakespeare. Si supera la prueba podrá abonar el alquiler del piso que antes compartía y ahora no puede mantener tras el abandono de su pareja. Casting fracasado que el actor presentará como un éxito en una huida hacia adelante. A diferencia de aquella pieza de arranque prometedor y desenlace confuso, esta 'carne humana' depara un montaje trufado de humor que evoluciona de la crítica social -el egoísmo de tener un hijo que maquilla un supuesto amor- al humor negro. Si en 'La noche del pez kiwi' Santi Ricart encarnaba al actor mentiroso, en 'Carne humana' es el padre abrumado por la insistencia de su pareja (estentórea Meritxell Calvo ). Está empeñada en conseguir al vástago superdotado que le permita vencer en las competiciones 'filiales' con los vecinos. En un jardín invadido por las hormigas y amenizado con la wagneriana cabalgata de las walkirias, la pareja teje hilarantes observaciones sobre la supuesta divinidad de su niño de cinco años. Si no es Cristo podría ser Clark Kent, sugiere ella ante un padre que duda entre ser San José o el Marlon Brando de 'Superman'. Habrá que buscarle un mánager, concluyen. Un texto de una hora en el que Julien canaliza una sátira sobre la pérdida de los límites éticos en la sociedad de consumo. Y un buen motivo para invertir nuestros ocios en el teatro.
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Victoria Szpunberg retrata en ‘El imperativo categórico’ algunos de nuestros infiernos contemporáneos. Como es propio de ella, parte de una realidad social o existencial para crear un ambiente casi de distopía. Con aires cercanos a la comedia, sin levantar en exceso la voz, es capaz de levantar una obra opresiva, desasosegante, perturbadora y llena de ironía. Irónico es el título, que nos remite a Kant , e irónico es el argumento donde el principio ilustrado se torna un monstruo propio de Kafka con ecos de los criminales de Dostoievski . Clara G., la protagonista, parece una nieta postmoderna de Joseph K. Vive la precariedad laboral, la institucionalización de la paranoia pedagógica en nuestro sistema educativo, la crisis de la vivienda...
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' Las cosas que perdimos en el fuego ' es una de las primeras producciones que presenta la 43ª edición del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Se trata de una adaptación del exitoso libro homónimo de Mariana Enriquez realizada y dirigida por Leonel Schmidt , director brasileño afincado en Uruguay. De allí viene el espectáculo que estará en cartel el 7 y el 8 de noviembre; se estrenó en septiembre del pasado año en la Sala Verdi de Montevideo. La idea de llevar este libro al escenario partió de Leonel Schmidt durante el confinamiento obligado por la pandemia. «Me llamó mucho poderosamente la atención la fuerza del libro -dice el director- y me interesaba que por el momento que estábamos viviendo; pensaba que después necesitaríamos recordar el cimbronazo y pensé en llevarlo al teatro». 'Las cosas que perdimos en el fuego' es, dice Schmidt, un minucioso estudio sobre la condición humana. «Es un retrato, una radiografía extraordinaria sobre los seres humanos, que era necesario comunicarlo y conversarlo, sobre todo porque Mariana escribe sobre 'monstruos humanos'. Algunos momentos tienen algo de sobrenatural, pero le diría que es muy liviano y que sus monstruos, y el mal que ella plantea, es muy humano. muy cercano. Me hizo recordar enseguida cuando Hannah Arendt plantea que mientras sigamos viendo a quienes cometen crímenes como monstruos, no sabremos el potencial de daño que tenemos como humanos. Y Mariana lo traslada a un momento del mundo en el cual ningún continente se salva de tener esos monstruos». No hay visión rousseauniana del ser humano -«el hombre es bueno por naturaleza»- en Mariana Enriquez, sino todo lo contrario. «No diría que es una visión pesimista, pero creo que Mariana tiene claro, y lo intenta dejar siempre igual de claro, que el germen de la maldad está ahí, que los seres humanos lo llevamos de fábrica y que tenemos las condiciones que nos hacen activarlo». «Mariana Enriquez plantea no el placer de la maldad, sino el desorden de la maldad. Es un poco lo que hace Fernanda Melcho r con su libro 'Paradais', en el que cuenta cómo un crimen se puede cometer muy rápidamente y sin entender las consecuencias». El teatro, reflexiona Leonel Schmidt, «es una herramienta fundamental -todas las artes en general-. Creo que los seres humanos le contamos más verdades al teatro que a un psicólogo durante la terapia, porque es un proceso muy interno. Creo que el teatro es muy importante para asumirnos como somos, en lo bueno y en lo malo, y entender el potencial. Me maravilla el teatro porque es completamente humano». Es, sigue, «uno de los actos más interesantes de colaboración humana; también es un acto de renuncia, al ser efímero, algo que tenemos que aprender los seres humanos». De la pandemia, lamenta el director, «no salimos tan bien como pensábamos que íbamos a salir. Aquello duró poco tiempo, al menos en general. Pero en los artistas sí que se produjo un pequeño cambio -o muy profundo, depende de cada artista-: fue un tiempo para encontrarse en el silencio personal de creación y para encontrarse con otras artes que tenían el poder de poder expresarse durante la pandemia -música, cine...-. El teatro se alimentó mucho de ese proceso; recuerdo que se decía en broma que Shakespeare escribió sus mejores obras durante la peste negra. En aquellos días no podíamos hacer teatro y fue un tiempo de introspección en el que nos dimos cuenta y entendimos un poco mejor lo efímeros y los frágiles que somos, y que nuestras voces podían silenciarse».
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Dos décadas después de inaugurarse, el Palau de les Arts de Valencia estrena su primera ópera de encargo. La producción se comparte con el Teatro Real que la programará en febrero de 2026. ' Enemigo del pueblo ', del compositor Francisco Coll y el dramaturgo Alex Rigola , cuenta con el aval de dos teatros importantes y, desde el miércoles, presume del éxito obtenido en su primera audición pública: el digno reconocimiento a un autor que juega en casa. Coll nació en Valencia, en 1985. Este año ha recibido el Premio Nacional de Música junto al director de orquesta Pablo Heras-Casado . Vive fuera de España, pero este detalle es, incluso, una cuestión de prestigio. El propio programa de mano lo señala cuando en el prólogo a la entrevista que Justo Romero le hace a Coll dice que se trata del «compositor español de mayor proyección internacional desde Manuel de Falla». La frase es altisonante e inexacta, aunque apunta a la certeza de una carrera que crece acumulando elogios y expectativas, y que en el plano dramático cuenta con el antecedente de ' Café Kafka ', microdrama de cámara, también visto en Valencia en 2016, y dedicado a la incomunicación humana en la era de la modernidad. Francisco Coll parece dispuesto a apoyarse en clásicos contemporáneos y a abordar la reflexión como hecho narrativo, aunque lo hace al margen del sentido autorreferencial en el que tantas veces se ha sumergido la ópera contemporánea, especialmente la española, con resultados desalentadores cuando no cansinos. Kafka y su vigencia desde la experiencia humana dejan ahora paso a Henrik Ibsen quien predijo en su drama 'Un enemigo del pueblo', escrito hace siglo y medio, el conflicto que surge cuando se anteponen los intereses económicos a la protección del bien general, en este caso el medio ambiente. La oportunidad del argumento es evidente por su relación con la manipulación mediática, la arbitrariedad política y la demagogia lingüística. Pero al margen de la sustancia que da fondo a ' Enemigo del pueblo ' y que es irreprochable, importa su ejecución, pues es aquí donde los matices toman protagonismo. Rigola ha hecho una adaptación del texto de Ibsen en la que mantiene sus ejes esenciales, con desplazamiento de algunos personajes y recolocación de detalles argumentales. El Doctor Stockmann, director del balneario que sirve de motor económico de la ciudad, denuncia que las aguas están contaminadas por los residuos de granjas cercanas. Su hermano, que es el alcalde, se niega al cierre temiendo las consecuencias económicas y para ello pone al pueblo en contra del médico. El libreto es sintético, en ocasiones entrecortado y a veces simplista en su sintaxis. Concluye con un alegato al amor, cantado por el Doctor y su hija Petra, personaje que en la ópera adquiere una posición relevante frente a otros como su hermano, el viejo Morten, que se convierte en alguien mudo y observador. Es un final abierto que remata otras alegaciones que se han proyectado durante la representación: misericordia, piedad, indulgencia, efecto, empatía… La fórmula literaria que da sentido al libreto es modesta, como lo es la transcripción escénica dirigida por el propio Rigola. 'Enemigo del pueblo' se muestra sobre la elementalidad de una inmensa playa, que sirve de oficina, despacho y espacio público, y cuyo horizonte se antepone a un mar tranquilo que oscurece progresivamente pero que enrojece por un instante iluminando la escena del alegato que enfrenta al doctor con la muchedumbre. La metáfora sugerida por el paisaje general es evidente, si bien rebaja el realismo del argumento y, sobre todo, deja a los intérpretes desasistidos, sometidos a forzadas evoluciones en un territorio vasto e incierto, particularmente cuando la música interroga a la obra mediante interludios sinfónicos y detiene la acción. Quizá Rigola ha trabajado, o se ha visto en la necesidad de trabajar, sin medios para poder alcanzar la ambición que sí tiene la partitura, escrita para una orquesta grande con abundante percusión. En cualquier caso esta circunstancia hace que los elementos en juego cohesionen imperfectamente. Por su parte, Francisco Coll transita por sus años de galeras proponiendo una música densa y sofisticada que incurre en el sarcasmo del pasodoble como elemento recurrente y recupera viejos gestos a partir de complejas líneas vocales que comprometen a los intérpretes. Hay elementos característicos como la anáfora que sirve para recuperar el ritmo en los comienzos de frase, la sucesión de grandes intervalos, la amplitud del registro y los giros vocales que dejan los finales abiertos. Las dificultades son muchas y en Valencia las resuelve un reparto que procura dar lo mejor de sí mismo. Destaca la profesionalidad del barítono José Antonio López, cuyo planta dibuja a un remiso doctor sometido al juicio popular; la expuesta eficacia del tenor Moisés Marín , ejemplo de un alcalde de gesto chulesco, y, más asentada, la autoridad de la soprano americana Brenda Rae . Coll le escribe una de las arias más redondas, «Amor es vida, placer y dolor», evocando ese juego emocional que en 'Enemigo del pueblo' debería ser parte esencial de la obra. Por eso, la orquesta se mueve entre extremos, divaga en un continuo que se superpone a la obra y trata de reconducirla. Coll tiene en catálogo algunas obras sinfónicas particularmente evidentes. Aquí, la fortaleza de la música vuelve a ser indudable. Su capacidad para transferir un sentido dramático coherente o apuntar directamente a determinados puntos culminantes es más dubitativo. Si la resolución es sustanciosa, la impresión que produce resulta sosegada. El propio Coll dirige musicalmente las funciones de Valencia y lo hace con una seguridad palpable, concertando con competencia. Tratando, sobre todo, de interrogar a un escenario cuya apertura de miras lo vuelve reticente. Merecerá la pena volver a escuchar 'Enemigo del pueblo' cuando llegue a Madrid: observar con más detalle su complejidad y comprobar si el rodaje que estos días se ha ce en Valencia ha permitido asentar su movedizo equilibrio.
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La granadina Sara Jiménez es uno de los nombres pujantes de las nuevas hornadas del baile flamenco. Hace tres años que se embarcó en la aventura de su propia compañía, con la que actualmente tiene dos espectáculos en cartel: ' Ave de plata ' y ' Fragmentos de la noche ', que estrenó en la pasada edición de Madrid en danza. Los días 7 y 8 de noviembre presentará el primero en el ciclo Nuevos Creadores del Centro Danza Matadero , y el día 17 actuará en el Corral de la Morería junto a David Coria . «El flamenco -dice con seguridad- tiene una capacidad de expresión enorme que le permite lo más esencial y lo más grande. Pensamos que puede resultar complicado que conviva con otras músicas, con otras disciplinas, y es al contrario: lo pongas donde lo pongas, funciona. Pero hemos de tener la valentía, el conocimiento y la seguridad para saber dónde lo ponemos». Sara Jiménez nació en Granada; comenzó sus estudios en el Conservatorio de su ciudad natal y más tarde se trasladó a Sevilla, donde conoció a Rubén Olmo en el Centro Andaluz de Danza. «Allí me di cuenta de cuál es la realidad de la danza, dónde está el nivel de danza que no había visto en el conservatorio porque yo estaba entonces en otras cosas y no había adquirido todavía responsabilidad para con la danza; yo bailaba siempre, me gustaba y quería bailar, pero no con la conciencia y con la determinación que tomé cuando llegué a Sevilla». Tras más de una década junto a Rafael Estévez y Valeriano Paños , Sara Jiménez creó su propia compañía. «Ahí es donde yo empecé a crear mi propia línea de trabajo. Yo tenía no tanto la necesidad de expresarme bailando como la necesidad de hacer una propuesta global, una propuesta escénica, que conlleva mucho más que la creación coreográfica. De alguna forma, dancísticamente, ya me había desarrollado en un tablao o en otras compañías; y coreográficamente había creado piezas cortitas, pero yo tenía la necesidad de crear una historia entera». Sara Jiménez no reniega del tablao, sino todo lo contrario. «Allí descubro cosas que luego llevo a mis creaciones. Por ejemplo, en 'Fragmentos de la Noche' hay una parte donde quiero romper esa línea que hay entre escenario, artista y público. Y no es que los personajes se dirijan al público, sino porque hay algo en la dramaturgia que lo quiere interpelar directamente. Que la emoción no solamente cale en los artistas que están en el escenario, sino que haya una incisión directa en ese público que está ahí. Y yo eso, por ejemplo, lo he descubierto en el tablao. Quizá por la cercanía, quizá porque está más iluminado y hay un contacto visual directo con el público. Hay cosas que he creado en mis coreografías y me las he llevado después al tablao». Los tablaos fueron en otro tiempo -algunos lo siguen siendo- un lugar para turistas. Hoy buscan más la excelencia artística. «Depende del tablao; se mezclan los aspectos artísticos y empresariales, Cada uno busca su propio sello, igual que hacemos los artistas. Yo he estado en el tablao haciendo espectáculos montados, en los que día tras día hacíamos lo mismo; pero ahora siento una apertura también porque los artistas tenemos un lenguaje contemporáneo, en el sentido de que es lo que está sucediendo ahora mismo» Y es que en un mundo globalizado es imposible no recibir influencias de todas partes. «Y ya no solamente por lo que ves en cuanto a la danza o en cuanto al flamenco, sino a todos los niveles. Todo lo que estamos viendo nos está inconscientemente afectando todo el tiempo». Y hay algo de perjudicial, añade, «porque todos estamos atravesados por influencias similares y dejamos de ser originales. Evidentemente, cada uno tendremos nuestra forma de comunicar. Pero yo hablo del núcleo de creación, que por ejemplo, para 'Fragmentos de la Noche' fue lo mitológico. Yo siento que las redes sociales, la 'superinformación' pueden ser nocivas». Lo combate Sara Jiménez dejando de ver danza. «Cuando empiezo un proceso de investigación para una creación, lo primero que hago es agarrarme a un libro y agarrarme a imágenes». Entre bailarina y bailaora, Sara Jiménez se considera bailarina. «Ese término engloba todo. Soy bailaora también porque es mi origen, vengo de ahí. , pero creo que llamándome bailaora me limito, limitó mi lenguaje y capacidad».
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La mexicana Marcela Díez es la directora del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid -que celebra su cuadragésimo tercera edición a partir de este jueves, 6 de noviembre-. Llega a este cargo con un fértil equipaje en lugares como la Secretaría de Cultura de México (de la que fue su primera directora general de Festivales) y en el Festival Cervantino de Guanajuato, que dirigió entre 2017 y 2019. De momento, dice Marcela Díez, se ha enfocado únicamente en la edición de este año -«yo soy de las de aquí y ahora», dice-, en la que más del cincuenta por ciento de los espectáculos viene del otro lado del Atlántico. «El proyecto es básicamente una mirada hacia la creación...
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Barbazul , el siniestro personaje creado por Charles Perrault en 1697, es uno de los ejes temáticos de la presente temporada del Teatro Real; dos de los títulos que la conforman le tienen como protagonista: ' Ariadna y Barbazul ' (1907), de Paul Dukas; y ' El castillo de Barbazul ' (1918), del húngaro Béla Bartók. Esta ópera es la que presenta el coliseo madrileño entre el 2 y el 12 de noviembre en una producción que se estrenó en diciembre de 2022 en Basilea (el Theater Basel es, con el Real, el coproductor) y que lleva la firma de Cristof Loy ; el director alemán creó un espectáculo en el que ha integrado otras dos partituras de Béla Bartók; el ballet-pantomima ' El mandarín maravilloso ' (1926) y el primer movimiento de su 'Música para cuerdas, percusión y celesta' (1937), que sirve de conexión a las dos otras obras. Loy quería acompañar a 'El castillo de Barbazul', una ópera en un acto, «con otra obra del mismo compositor para darle mayor coherencia al espectáculo». «'El mandarín maravilloso' -explica Cristof Loy- es desgarrador, nervioso, desasosegado. Los momentos líricos aparecen solo como pequeñas islas de una calma que también anhelan los personajes de la obra. En cambio, ' El castillo de Barbazul ' alude ya con su título a temas como la introspección, el ocultamiento, la cerrazón. La música está muy marcada por esta imagen del castillo, una metáfora del alma de sus habitantes, donde mucho se mantiene oculto. Los momentos agitados en la música están cada vez más relacionados con Judith, por lo que parece como si ella proviniera del mundo del mandarín. El joven poeta que recita el prólogo y más tarde reaparece en la historia personifica la relación inseparable entre el interior y el exterior y nos guía a través de estas dos historias de amor, que parecen muy diferentes, pero en el fondo son extrañamente afines». Gustavo Gimeno , que es desde el mes de septiembre el nuevo director musical del Teatro Real -ésta es la primera producción que dirige en Madrid ya en su nuevo cargo- estará en el foso para dirigir al Coro y Orquesta Titulares del coliseo y a un reparto compuesto, en 'El mandarín maravilloso', por Gorka Culebras, Carla Pérez Mora, Nicky van Cleef, Jarosław Kruczek, Joni Österlund, Mário Branco y Nicolas Franciscus ; éste último también interviene en 'El castillo de Barbazul' junto a Christof Fischesser y Evelyn Herlitzius . El propio Loy firma la coreografía de la pantomima-ballet. «Béla Bartók -explica- escribió en sus cartas que no quería para 'El mandarín maravilloso' un coreógrafo normal sino más bien un director de teatro. Así que pensé que era mi momento, porque su música, además, me llega mucho... Ya había creado momentos de coreografía y movimiento en montajes operísticos anteriores». Las dos obras, dice Loy, son « dos historias de amor y hablan de la conexión entre amor y violencia. En 'El mandarín maravilloso' hay una sociedad en la que se ve la necesidad que tiene el ser humano de crear algo juntos, de amar y ser amado, algo que crea tensión; en 'Barbazul', una obra un poco wagneriana, se presenta a la mujer con una función redentora, en contraposición con la otra pieza, donde el redentor es el mandarín». Gustavo Gimeno explica que las dos obras son muy diferentes, aunque tengan el sello folclórico de Bartók. «'El castillo de Barbazul' es heredera de esa música romántica tardía influenciada por Richard Strauss y Debussy; por momentos es precursora de la mejor música cinematográfica de la primera mitad del siglo XX; en 'El mandarín maravilloso' encontramos una audacia increíble, y Bartók lleva sus límites como compositor más allá en todos los sentidos».
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¿Cómo se pueden releer y representar con la mirada feminista de 2025 aquellas ' Mujercitas ' de Louisa May Alcott de 1868? Lucía Del Greco atribuye a la obra un mensaje subliminal. Asegura que cuando era niña y veía la película 'Mujercitas' sentía la necesidad de casarse y tener hijos. La directora italiana ha optado por un escenario con hechuras de 'peep show'. «Me gusta la idea de escaparate, de producto a la venta, de chicas que responden a los deseos de otros. La reflexión sobre el rol de la mujer en la sociedad viene en este montaje de potenciar esas fantasías y ver qué efecto generan», declaró al presentar su versión teatral de la novela. Cuatro urnas translúcidas que podrían remitir también a los escaparates del barrio rojo de Ámsterdam. Elisabet Casanovas, Paula Jornet, Miriam Moukhles y Blanca Valletbó integran el cuarteto de 'mujercitas'. Aparecen en ropa interior: aún no se han embutido el vestido de puesta de largo. Acicaladas como muñecas de un museo erótico de autómatas, son observadas con movimientos lascivos por Laurie, el vecino con el que se quieren casar. Mientras tanto su progenitora, la señora March ( Mia Esteve ), merodea entre las urnas, canta y habla de sus hijas. Las 'Little women' que adapta Del Greco componen un espectáculo turbador por sus impactantes efectos sonoros y visuales. La música de Pol Batlle realza la gélida escenografía: las cuatro protagonistas se sinceran sobre su destino en una sociedad heteropatriarcal y puritana. La trastienda psicológica de ese escaparate al que concurren las mujeres para alcanzar el matrimonio y complacer al hombre que le tocó en suerte. Un cuerpo actoral de categoría, tanto en la sincronía de las cuatro actrices como en la expresión gestual. A destacar Joan Esteve en su encarnación de ese Laurie que transpira testosterona. La directora aplica a la obra de Alcott una visión del siglo XXI para juzgar conductas del siglo XIX; eso que los historiadores denominan 'presentismo'. El experimento da un montaje de bella envoltura y valioso trabajo interpretativo, pero con escasa sustancia textual. Aquello que los franceses llamaban 'épater les bourgeois'. Y las 'mujercitas' de Lucía Del Greco son eso, epatantes. Y poco más.
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Decir Martin McDonagh es recordar dos piezas que dejaron huella en los escenarios: 'La calavera de Connemara' y 'La reina de belleza de Leenane'. También es decir humor negro y bronca poética de lo grotesco; ambas especies dan como resultado lo que se dio en llamar «teatro de la crueldad». Quien disfrutó con Pol López en Connemara no va a sentirse defraudado con su papel de manco en busca de la mano izquierda que unos gamberros segaron sobre la vía del tren. El manco se llama Carmichael y ha quedado con dos traficantes de poca monta que le prometieron la restitución de la extremidad por quinientos dólares. La dignidad de Carmichael fue hollada cuando sus agresores le despidieron blandiendo la mano cortada y de eso hace ya veintisiete años. El trapicheo tiene lugar en una habitación de un hotel de mala muerte con un friqui en la recepción. Y es ahí cuando entra en escena Albert Prat , un actor de aspecto quijotesco que atesora una vis cómica muy parecida a la del Monty Python John Cleese en 'Fawlty Towers'. Prat es Mervyn, el quimérico recepcionista. Quien lo vio haciendo de compañero de David Verdaguer en 'Elling' repetirá con una sonrisa el lema de aquella comedia: «La normalidad está sobrevalorada». Pol López, uno de los actores con más personalidad del teatro catalán, reina en el universo de lo grotesco. Un tipo con melenas, abrigo raído, muñón bajo la manga y camperas. La pareja de pillos - Mia Sala-Patau y Soribay Ceesay - cumple a la perfección en su rol de víctimas de las sevicias que les imponen Carmichael y el recepcionista larguirucho del uniforme, los shorts y los calcetines con chancletas. Extraña pareja la de un matón y un amante de los animales del zoo: aunque lo pudiera parecer, no será el comienzo de una gran amistad. McDonagh lanza su mano cortada al regazo del espectador, una comedia macabra, moqueta gastada y olor a gasolina. Entre la calavera con musgo de Connemara y la América profunda de Carmichael lo de menos es la geografía. Los personajes de McDonagh pertenecen a la patria común de los perdedores. Echémosles una mano y riamos con ellos.