«Tu adicción luchará contra cualquier progreso. Es un parásito y luchará por su propia supervivencia hasta que mueras». Se lo dice la doctora a Emma, una actriz alcohólica y toxicómana que ha tocado fondo y ha decidido someterse a un proceso de desintoxicación. Este tratamiento es lo que muestra ' Personas, lugares y cosas ', estrenada hace una década en Londres y que ha llegado ahora al Teatro Español bajo la dirección de Pablo Messiez. Se trata de una obra descarnada, feroz, incómoda, que deja en el espectador un perturbador desasosiego. El retrato que Macmillan hace de Emma y de su entorno -sus compañeros de rehabilitación, sus médicos, su familia...- es áspero, pero plantea un sinfín de preguntas sobre qué lleva a una persona a refugiarse en sus adicciones, sobre las consecuencias que acarrean, sobre la delgada línea que se crea entre la verdad y la mentira... Pero 'Personas, lugares y cosas' es, sobre todo, un sutil alegato sobre la necesidad de buscar en los demás la fuerza que solos no tenemos. Lo hace Macmillan sin paternalismos, sin dulcificación; lo hace especialmente en la escena final, en la que la protagonista vuelve a su casa y se enfrenta a sus padres. Pablo Messiez ha creado un espectáculo fascinante, con el teatro abierto a caja, sin decorados (salvo dos escenas concretas), y traza una dirección levísima, casi invisible, dejando que sea el texto el que marque la temperatura de la función. Irene Escolar , que encarna a Emma (¿o no se llama Emma?), se ha arrojado sin red en un personaje con el que el autor no tiene piedad ninguna (aunque lo quiera mucho, y se nota). La actriz lo llena de verdad, de angustia, de aristas; su trabajo puede definirse como portentoso e hipnótico, propio de la gran actriz que es (su dicción es impecable). Del resto del reparto destaca el trabajo de Sonia Almarcha y Javier Ballesteros.
«Lavando en el regato cristalino / cantaban las mozuelas, / y cantaba en los valles el vaquero, / y cantaban los mozos en las tierras, / y el aguador camino de la fuente, / y el cabrerillo en la pelada cuesta... / ¡Y yo también cantaba, / que ella y el campo hiciéronme poeta!» Son versos del poema 'El ama', de José María Gabriel y Galán (1870-1905), cuya obra es la columna vertebral de ' Aromas de soledad ', el espectáculo estrenado el jueves 20 en el Teatro Fernán-Gómez. Se trata de un homenaje al mundo rural y a la España vaciada , que encaja con uno de los leitmotiv de la programación del espacio que dirige Juan Carlos Pérez de la Fuente : subrayar la importancia de la tierra, de las raíces, del origen. En esta idea han coincidido Ana Contreras y Raúl Losánez , al frente de la compañía La Otra Arcadia, que se ha especializado en espectáculos en los que la poesía y la música invaden el escenario para formar una unidad indisoluble. En esta ocasión Carmen del Valle, Jesús Noguero y Nacho Vera (responsable de la música original, que interpreta en directo) son los intérpretes de 'Aromas de soledad', con dramaturgia de Losánez y dirección de Contreras. Estará en la Sala Jardiel Poncela del Fernán-Gómez hasta el 7 de diciembre. «Nos preocupaba ver cómo le damos cada vez más la espalda a la naturaleza -dice Raúl Losánez-; 'Aromas de soledad' quiere ser una llamada de atención al hombre contemporáneo , que sigue maltratando de manera imprudente el entorno natural que permite su existencia, y al mismo tiempo un homenaje a quienes vivieron en armonía con la tierra y supieron escucharla». Una mujer que vuelve al pueblo del que salió buscando lo que creía que solo encontraría en la ciudad, y que en ese regreso evoca la figura de su padre y la relación que mantuvo con él, es el leve hilo argumental sobre el que Losánez ha tejido la dramaturgia, con textos propios y de José María Gabriel y Galán. «Una de las líneas de actuación en nuestra compañía es prestar atención, dar cabida y recuperar las voces de autores que han quedado un poco olvidados, relegados. Y en ese afán nuestro por embarcarnos en aventuras complicadas y fuera de los terrenos más transitados, más consabidos y más comerciales, creemos que quién mejor que Gabriel y Galán para reflexionar sobre el campo y sobre el mundo rural . Fue un poeta que murió muy joven, con 34 años, en la primera década del siglo XX, y ya en esos años supo reflexionar de manera creemos que muy clarividente, y al mismo tiempo muy emotiva y muy bella, sobre los padecimientos de las clases desfavorecidas que habitaban ese mundo rural. Leyéndole a él ya se anticipaban muchos de los males que hoy padece esa España tan vaciada y tan abandonada». 'Aromas de Soledad', sigue Losánez, «nace del deseo de rendir un homenaje a las gentes del campo y, por otro lado, de reflexionar sobre el concepto de la España vaciada; que, aunque parezca un término muy contemporáneo, es uno de los grandes temas de los conflictos eternos, y que por tanto se prestan muy bien a ser abordados desde el teatro. Ese conflicto eterno no es otro que la relación del ser humano con su entorno , con un entorno que le posibilita vivir y que por otro lado tiene la capacidad de intervenir en él hasta tal punto que a veces hace imposible esa vida y esa relación con el entorno». «Y lo hacemos -concluye-, como siempre, desde un lugar muy teatral pero al mismo tiempo muy poético y muy musical; un teatro muy simbólico que defiende la palabra poética y la emoción más que la acción». De la puesta en escena habla Ana Contreras: «queremos recrear el olor del campo, traer la naturaleza silvestre a la ciudad y al teatro , como decía Lorca. Él quería traer el olor del mar y la luz de las estrellas y nosotros queremos traer el perfume de la hierba y la luz de las luciérnagas. Queremos hacer sentir la lógica de una manera de entender el tiempo que hoy no existe, que muchas personas no han experimentado y que nos parece una de las grandes pérdidas a nosotros que hemos tenido la suerte de vivir todavía entre dos mundos, en esa época en la que había un tiempo para cada cosa: para el duelo y la fiesta, para el dolor y la alegría, para el trabajo y el descanso».