La Gran Vía madrileña acoge desde hoy, 18 de junio, y hasta el día 28, un trocito de la ancestral cultura japonesa, a través de un espectáculo singular: la compañía de tambores de Yamato , que actualiza la tradición milenaria de los tambores 'taiko'. Cuarenta tambores participan en el espectáculo ' Hito no Chikara' ('El poder de la fuerza humana') - Teatro EDP Gran Vía -, en el que se ofrece «un viaje sensorial donde la percusión se convierte en un lenguaje universal de energía, espiritualidad y emoción»; en él se reflexiona sobre la relación entre la humanidad y la tecnología, destacando el valor del espíritu humano frente a la inteligencia artificial. Yamato fue fundado en 1993 por Masa Ogawa en la prefectura de Nara, una región considerada el lugar de origen de la cultura japonesa. El grupo comenzó de manera casual cuando Ogawa, originalmente interesado en artes visuales, descubrió un gran tambor 'taiko' en un santuario local y organizó una actuación para un festival; el éxito llevó a la profesionalización del grupo, que se consolidó internacionalmente en el Fringe de Edimburgo en 1998. Desde entonces han visitado más de medio centenar de actuaciones. El nombre de la compañía, 'Yamato', es el antiguo nombre de la ciudad de Nara . El grupo está integrado por aproximadamente cuarenta artistas, hombres y mujeres -lo que los diferencia de otros grupos similares, tradicionalmente masculinos-. Los componentes viven y entrenan juntos en Asuka-mura , y se someten un riguroso régimen físico -su trabajo tiene una gran exigencia en este sentido-, que incluye correr diez kilómetros diarios y practicar movimientos de percusión en el aire (suburi). El grupo usa más de cuarenta tambores 'taiko', cada uno con su tamaño, sonido y carácter único. El mayor es el ' Odaiko ', un tambor de dos metros de diámetro y más de 500 kilos de peso, que fue hecho de un árbol de más de 400 años. El taiko, uno de los pilares de la identidad cultural japonesa, es en realidad más que un instrumento, ya que expresa la conexión con la naturaleza, la comunidad y el espíritu japonés. Su sonido evoca el latido del corazón, el trueno o las olas del mar, y su ejecución requiere disciplina, trabajo en equipo y energía colectiva. En realidad, los tambores 'taiko' son un pilar de la identidad cultural japonesa , combinando música, movimiento y espiritualidad, y su impacto resuena tanto en rituales antiguos como en escenarios contemporáneos alrededor del mundo.
Los premios Max de Artes Escénicas , que concede la SGAE y que celebraron ayer en Pamplona su vigésimo octava edición –el año próximo se celebrará en Mérida–, llevan camino de convertirse en la versión teatral de la lotería navideña, siempre «muy repartida». De un total de veint espectáculos que podían volver a casa felices por llevarse una de las 'manzanitas', catorce se llevaron recompensa; y únicamente tres escucharon su nombre más de una vez. En términos cuantitativos, el claro ganador de la velada fue 'Afanador ', un espectáculo creado por Marcos Morau (responsable de La Veronal ) que salió del Teatro Gayarre con cinco premios, entre ellos el de mejor espectáculo de danza y, sorprendentemente, el de mejor director de escena. 'Afanador' es un trabajo que Morau creó para el Ballet Nacional de España . Inspirado en el trabajo del fotógrafo de origen colombiano Ruvén Afanador, se estrenó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla el 1 de diciembre de 2023, y es una fascinante y arriesgado combinación de danza contemporánea y española, con arrebatadoras imágenes y coreografía poderosa (Curiosamente, es el único espectáculo que también fue premiado en los premios Talia; los jurados de estos dos galardones debieron ir a teatros muy distintos). Dos galardones –mejor espectáculo de teatro y mejor adaptación o versión– se llevó otro espectáculo singular y sorprendente: ' Casting Lear ', estrenado el 8 de junio de 2023 en el Teatro de la Abadía, escenario al que volvió esta temporada y al que volverá en febrero del año próximo. Andrea Jiméne z , su autora y protagonista, ideó un espectáculo en el que mezclaba el texto de 'Rey Lear' con una terapia propia sobre su relación con su padre; su principal característica es que cada día lo interpreta, junto a Andrea Jiménez, un actor distinto que no sabe nada sobre el espectáculo. El tercer 'triunfador' de la noche fue otro espectáculo de danza: ' Natural order of things ', creado por la compañía GN / MC, de Guy Nader y María Campos , y estrenado en el Mercat de les Flors el 3 de julio de 2024, dentro del festival Grec. Se trata de una coreografía que explora la complejidad de la naturaleza, cuya trayectoria internacional incluye la Bienal de Danza de Venecia. En la gala, dirigida artísticamente por Ana Maestrojuán y a la que no asistieron ni el ministro de Cultura, Ernest Urtasun , ni María Chivite , la presidenta socialista de la Comunidad de Navarra ('Es peligroso asomarse al exterior', escribió Jardiel Poncela), se escuchó vasco y catalán (¿qué hubiera hecho Isabel Díaz Ayuso ?). El primero sobre todo por los anfitriones de la gala; el segundo porque hubo varios galardones que tuvieron como destino el noreste peninsular. De Cataluña –y de producciones catalanas– proceden los dos ganadores en la categoría de interpretación: Ágata Roca , mejor actriz por su trabajo en 'L'imperatiu categóric', una obra escrita y dirigida por Victoria Szpunberg ; y Enric Auquer , por 'El día del Watusi', una adaptación de la novela de Francisco Casavella dirigida por Iván Morales –el montaje optaba a tres premios más–. Dagoll Dagom , por su canto del cisne, el musical 'L'alegria que passa', consiguió el premio Max aplauso del público, pero se dejó en la gatera otros dos: mejor composición y mejor espectáculo musical. La emoción en una gala mesurada la puso el premio Max de honor, concedido a Juan Margallo y Petra Martínez, una de las parejas más queridas y admiradas de la escena española; el fallecimiento, en marzo de este año, de Margallo –se lo concedieron antes de su muerte–, sumó emotividad a este premio. Bañada en aplausos, Petra Martínez recibió el galardón. «Es un poquito duro para mí, tengo la lágrima fácil». Agradeció el premio que se lo dan por «sesenta años de trabajo», y repitió –lo dice siempre– lo mucho que se divirtieron. Habló de Tábano, de El Gayo Vallecano, del teatro independiente, de la censura de los años setenta, de la huelga de actores de 1975, «algo que dignificó mucho nuestra profesión». «Hemos sido felices y se me ha muerto; es una putada morirse pero peor es quedarse cuando se ha muerto alguien tan querido», terminó Petra Martínez. En el camino hacia los galardones se han quedado, para sorpresa de muchos, algunos espectáculos que formaban parte de las ternas candidatas, como '1936', la producción del Centro Dramático Nacional que dirigió Andrés Lima –y que arrasó en los premios Talía, con seis galardones–; la producción de la Joven Compañía 'Un monstruo viene a verme'; 'Vania x Vania', el arriesgado acercamiento de Pablo Remón al texto de Chéjov; o, en el apartado de danza, la deslumbrante 'Muerta de amor', de Manuel Liñán , o la hermosa 'Pineda', de Patricia Guerrero . El componente reivindicativo, parece ser que inevitable en este tipo de galas, tuvo como principal leitmotiv el conflicto palestino-israelí –incluso Marta Torres , miembro del comité organizador de la gala, acudió con un vestido que era una bandera palestina. Y otro clásico, el discurso de Antonio Onetti y Juan José Solana –éste al piano–, presidentes respectivamente de la SGAE y de la Fundación SGAE, que esta vez puso el foco en la inteligencia artificial, ante cuya implantación pidieron medidas y compensaciones. «No solo para la música y el audivisual –dijo Onetti–; también para las artes escénicas. No seamos ingenuos. Aquí no se libra nadie».
El escenario es el lugar en el que Nacho Duato debe hablar. Es donde se expresa su verdadero talento: la coreografía. Un talento extraordinario, del que el público español se estuvo beneficiando durante los veinte años en que dirigió la Compañía Nacional de Danza -con sus lógicos altibajos, sus muchas luces y sus no pocas sombras-. Nadie puede negarle al artista valenciano su papel como revulsivo de la danza en nuestro país, y sería un error dejar que su repertorio, por la razón que fuera, se quede en un cajón. Hay algo de 'decíamos ayer' en la presentación de su compañía, la CDND (ha tenido que incluir la primera 'D' por coincidir con las siglas de la propia Compañía Nacional de Danza); y lo había porque el Teatro Albéniz fue, en los años noventa del siglo pasado, testigo de muchas magníficas veladas. El indócil coreógrafo ha creado una compañía a partir de la Academia que creó hace menos de dos años en Madrid; la componen, según el programa de mano, dieciocho bailarines, que tendrán que dejar su sitio a otros compañeros, ya que su estancia es temporal y tiene que ver con su formación. Por lo visto en el Albéniz la noche del estreno, Duato y su equipo - Emilia Jovanovich, Luis Martín Oya, Mar Baudesson, María Luisa Arias... - han hecho un trabajo fantástico. A la juventud -que suele llevar inherente el entusiasmo, la entrega absoluta y la energía- suman una notable calidad y una adecuación al lenguaje particular e inconfundible de Nacho Duato. Es hermoso, hay que insistir, ver en Madrid un programa con coreografías del valenciano, y recuperar trabajos como 'Duende', uno de sus mejores trabajos: sensual, fáunico, impresionista... Un hermoso canto a la naturaleza. Ese Duato 'naturalista', descubierto, lírico, está también presente en 'Gnawa' y en 'Liberté' (paso a dos extraído de 'Rassemblement', con música de la haitiana Totó Bissainthe ). La novedad del programa es 'Cantus', una obra en la que aparece el coreógrafo emotivo, que llora por la guerra y centra su mirada en los jóvenes que ven sus vidas cortadas por el conflicto. Lo hace con emotividad, con comunicatividad y eficacia, aunque formalmente la pieza sea un compendio del vocabulario 'duatiano' y un collage de movimientos utilizados en piezas anteriores. Pecata minuta, en cualquier caso, para una coreografía conmovedora.